sábado, 21 de octubre de 2017

Nora Coria-Argentina/Octubre de 2017



YO NO TENGO SED *
“La vida hay que soñarla para que sea cierta”
 A. Tejada Gómez

Con las últimas almendras masticaba una vez más el fracaso de la espera, pero esa tarde se me reveló. Yo había bajado al baño a refrescarme los ojos cansados, y volvía a mi mesa, la del rinconcito donde hallé la distancia justa para que nos miráramos. Ahora no sólo estoy segura de que él leía mis pensamientos, sino que además, comprendía hasta lo ilimitado por qué yo lo esperaba escribiendo, soñando.
Cuando entren, fíjense en mi mesa, es la que está junto a la puerta de la esquina, frente al espejo y con la mejor vista hacia la placa conmemorativa, a cuyo lado supo estar su foto, de traje y corbata, fumando, y con el ceño fruncido, entre curioso y cuestionador. Fíjense bien, pero después... no me den detalles.
Yo siempre me ubicaba ahí. Siempre. Y cuando encontraba mi mesa ocupada, maldecía de pie, expectante, hasta que la dejaban libre. Los mozos sabían que ése era mi lugar y más de una vez con una actuación para el aplauso, convencían a cualquiera para que abandonara ese sitio. Y yo, feliz... ¡como loca! Porque con su complicidad recuperaba el rinconcito de Avenida de Mayo y Perú, para encontrarme con él.
La cuestión es que la última vez que fui a la London, en cierto momento, advertí cómo el ambiente se iba poniendo distinto. No siendo la hora del cierre, era rara cierta impaciencia mal disimulada en los mozos; y el murmullo habitual  de sillas, copas, bandejas... había cambiado. Yo había pasado las horas como siempre, café tras café, anotando algunas palabras, distrayéndome con las burbujitas que se forman en el agua, que nunca tomo, y contemplando sus ojos, tan despiertos a pesar del vidrio que cubría la foto... 
Ya había pedido la cuenta y estaba por irme con la asumida desilusión, pero llevándome unos versos, algo nuevo... Pero cuando dejé de contar la plata y levanté la vista pensando que era el mozo, me encontré con su imagen. Tan alto, elegantemente desaliñado, apretando con naturalidad el cigarrillo con su boca perfecta; y la mirada... fascinante y atemporal. No dijo nada; y yo, que tanto tenía para decirle, quedé muda. No es extraño... Siempre nos habíamos comunicado así. Se sentó frente a mí. Me imaginé roja, naranja, violeta; pero no pude revisar si mi habitual expresión de desaliento había transmutado en loca feliz. Porque con su espalda ancha, con su estatura impresionante, tapaba el espejo. Se sirvió el agua y la bebió toda mirándome a los ojos, tan profundamente... Luego, mis borradores se hicieron pequeños en sus manos. Por entonces yo escribía cuentos. Leyó algunas páginas sin detenerse, sin una acotación siquiera, sobre mi letra y desprolijidad. Finalmente, eligió una de mis hojas... ¡la única poesía que había escrito en mi vida! Y se la guardó en el bolsillo del saco.
Después, me quitó mi libro fetiche, ya saben... “Los premios”; y con ese maravilloso tono afrancesado, me dijo en voz baja...  “No son tiempos de releer, son tiempos de escribir...”.
Enseguida tuve que desviar mi vista hacia el mozo que esperaba para cobrarme, y entonces... sucedió algo terrible: Julio ya no estaba. Lo busqué entre todos los presentes, mesa por mesa, y bajé hasta los baños, y entré también en el de hombres. Después corrí hacia la calle. El mozo me siguió hasta la puerta, más preocupado por mí que por la cuenta sin pagar. Debe haber notado mi angustia, porque me tomó del brazo con suavidad y me llevó a mi mesa. Quiso servirme agua, pero encontró, con sorpresa, que la jarra estaba vacía. Antes de que fuera a buscar otra, que tampoco iba a tomar, le pregunté...

—¿Y Julio?
—¡Ah, la foto de Cortázar! Se cayó hace un rato, ¿no escuchó el alboroto? Se rompió el vidrio, pero le prometo que para mañana lo tenemos de nuevo ahí, ahí mismo.

Le pagué y me despedí como siempre. Pero nunca volví. Después de aquello, no puedo terminar mis cuentos y cambié la London por los bares de San Telmo. Ustedes vayan. Y si quieren, siéntense en mi mesa, pero después no me cuenten nada.
No quiero saber qué pasó con su foto.

Este cuento está publicado en “Encuentros en la calle y en el café” (Antología de premiados por la Asociación Tango al Mundo); en la revista Cronopios de Colombia, en la revista Cronopio (Jujuy) y en la revista Surco Sur de EEUU. 

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