miércoles, 23 de agosto de 2017

Isidoro Gómez Montenegro/Agosto de 2017



Abrázame
A mi esposa
América.
Siento tu frescura calcinar mis entrañas.
Contemplo huellas del marfil de tus dientes
dejadas en mi piel.
Sombra blanca de prurito  rebelde.
Agua instantánea fluye, quiebra el rocío.
La lluvia arde entre ríos; desata mis pecados.
Cascada de nubes verdes,
viento de hojas secas,
columna que sostiene el viento,
adarme de cenizas de hojas.
Lago intranquilo… donde bogo,
chispa encendida en mi paraje.
Me detengo a recoger tus frutos.
Siento tu calor corporal
en lenguaje de promesas
al escuchar a Mozart o Beethoven.
Emerges en trazos nuevos,
delineo tus pies delicados,
te elevas dentro del cuadro de la vida,
trastocas el tiempo.
Abrázame…
Quiero sentirte
en la dimensión exacta del poema.
Encuentro limo fecundo;
simiente pura.
Ansioso anhelo prender la claridad del cielo.
Mi mano constructora, responsable,
siente la lluvia de árboles quebrados;
el tiempo desgarrado.
En la ventana…
Aparece la esperanza encendida… granada.
Infinito silencio…
bebemos del cáliz sin palabras.
Exige la vida; la hora plena.
Probamos la copa impoluta,
transitamos las rutas
en diadema del presente.
Siento la luz viva emanar de tu ser.
Conjugamos los anhelos
en la piedra ancestral
que enlaza cielo y tierra.
Agradezco la dádiva  suprema,
los pulsos palpitantes…
¡El regalo de estar vivos!

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