miércoles, 23 de agosto de 2017

Agustín Alfonso Rojas-Chile/Agosto de 2017






EL CELULAR 
            La niebla cubrió la ciudad durante el día, se levantó promediando las cuatro, dando paso a una tarde de cielos limpios con una temperatura agradable, haciendo grato un paseo por la playa, más allá del muelle Vergara.
            Juan, un joven mocetón de 22 años, dejó su casa ubicada en el sector de Recreo, en su caminar, luego de pasar por el Reloj de Flores de “Caleta Abarca”, se dirigió hacia la Avenida Jorge Montt, donde está la playa de “Las Salinas”. Bajó a la arena a la altura del muelle. Pensaba en su madre hospitalizada, esperando ser intervenida para extirparle un tumor canceroso en el cerebro. El médico no le había dado un buen pronóstico, pero él rogando a Dios, espera un milagro.
            El rosicler de las nubes que el sol quema en el horizonte, llena de paz el corazón atribulado del joven. De pronto, el tono de llamada de un celular le saca de su ensimismamiento. Mira a su alrededor, no hay nadie. El teléfono sigue sonando, intrigado fija su mirada en una bolsa plástica semi enterrada en la arena, de donde aparentemente, sale el insistente llamado. La recoge, efectivamente, en su interior está el celular.
            Lo abre y contesta: -¡Alo!, ¿quién llama?
            -¿Quién es usted? - interroga desde el infinito una voz de mujer, cadenciosa y suave como la seda.
            -Soy  Juan, un paseante, aquí en la playa.
            -¿Por qué tiene usted el teléfono de mi hermana?
            -Acabo de encontrarlo envuelto en una bolsa plástica, semi enterrado en la arena.
            -Debe de habérsele caído. Ella salió a correr hace más de una hora. ¿La vio por ahí?
            -¿Cómo es ella?
            -Rubia, 1,75 de estatura, 35 años, ojos verdes. Viste un buzo color amarillo.
            -La verdad, no la he visto, la playa está desierta. Pero si usted me indica su domicilio le haré entrega del celular.
            -Por favor, avance unos diez pasos hacia Las Salinas, pues estoy mirando con  los binoculares, pero no lo ubico. ¡Bien, ahora sí! lo veo muy bien. Cuénteme. ¿Qué hace caminando solo?
            -Tengo a mi madre muy grave en el hospital y mañana será intervenida. El médico no da un buen pronóstico, ni asegura su recuperación. Soy su único hijo,  mi padre falleció hace tres años. En la espera y considerando que la tarde está maravillosa, con el arrebol del atardecer, me invita  a la reflexión…
            -Lo veo con un físico estupendo. ¿Qué edad tiene?
            -22 años
            -Bien, siga mis instrucciones, por favor. Vuelva sobre sus pasos, diríjase a La Torre Palto Verde Nº 3, el edificio ubicado frente al muelle Vergara. Tome el ascensor Nº 5, hasta el piso número 14. Ubique el departamento 1409 al final del pasillo. La puerta estará abierta, sobre la mesa del living hay dos vasos con pisco sour y un pequeño picoteo para acompañar el trago. Calculo que llegará acá en unos 10 minutos. En tanto me arreglaré para que conversemos y luego serviré un rico café cortado. ¿Le parece? Así usted me hace entrega del celular y yo le agradeceré su molestia. ¡Ah! Le cuento yo también soy rubia como mi hermana, ya me conocerá usted. Chao…
            Juan, intrigado y receloso, hizo lo que ella le indicó. Entró empujando la puerta que estaba semiabierta. Al entrar al departamento quedó deslumbrado por la magnifica decoración y amplitud de éste. Una hermosa lámpara de cristal, brillaba pendiendo del techo y el tapiz de los muebles era de una rica tela de oriente.           Hizo lo que le indicara la voz femenina por el celular. Tomó el vaso de pisco sour y muy lentamente lo paladeó. Estaba rico, muy rico, pensó, cogió un canapé de caviar rojo y golosamente lo degustó. Una tenue música inundaba el ambiente, reconoció los compases de la Vida Color de Rosas. En tanto al interior, el ruido de una ducha se dejaba sentir. Cerró los ojos y se imaginó el hermoso cuerpo de una mujer regado copiosamente por el agua.
            Sentado en un sitial de caoba, tipo Luis XV, Juan saborea su Pisco Sour. De pronto, el silbido de una tetera le indica que el agua está hirviendo, se levantó rápido para apagar el gas,  se dio vuelta para volver por el living, distante de donde había estado, y ahí, tirada sobre el piso estaba el cuerpo de una mujer de 35 años, bañado por un charco de sangre. Yacía boca arriba con un puñal clavado en el pecho. El buzo amarillo, desgarrado en el brazo izquierdo. Juan, por un instante quedó paralizado, para luego, en loca carrera abandonar el departamento.
            El conserje, intrigado al verle escapar tan rápido llamó a la policía. Cuando ésta llegó, comprueba que la señora del embajador de un país nórdico, ha sido asesinada al oponerse, aparentemente, al robo de sus joyas avaluadas en varios millones de pesos.
            Tres horas después, Juan, acurrucado en un rincón de su casa tirita de frío, su cuerpo transpira copiosamente, sus ojos reflejan el espanto, sus huellas digitales han quedado estampadas en diferentes artículos de ese extraño departamento.
            Suena el teléfono celular que aún mantiene en su poder.
            -Aló Juan, lamento terriblemente la salud de tu madre – dijo la cadenciosa voz de la enigmática mujer…

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