viernes, 21 de abril de 2017

Ricardo Ponce-Chile/Abril de 2017



Y CAMINO EN EL AGUA...

Y la muerte llegó a su hogar. Siempre miraba y se compadecía de los vecinos, de todos los que eran tocados por la muerte, pensando, de acuerdo a su poder, a su linaje y a su cargo empresarial, político o gubernamental, no podía llegar a pasarle a ellos, los dioses humanos, los que controlaban su vida con sobornos o con muerte.
Pero un día despertó de su sueño. La muerte le recordó que él también era un humano, tenía que sufrir lo que él mismo había causado; increíble, sintió miedo de ella, allí no le sirvieron los sicarios, guardaespaldas, ni sus riquezas, todo su sueño se derrumbó.
Y caminó por sobre el agua de su miedo, el de la incertidumbre; comprendió que había llagado su hora, tenía que pagar el mal causado a sus hermanos, a sus semejantes.
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Cuando le avisaron de la muerte de su hijo no se alteró tanto, pero cuando le dijeron que su muerte había sido provocada por una sobredosis de L.S.D., la droga maldita, se aterrorizó; era esa la primera vez que no podía usar sus métodos de venganza por la muerte de su hijo, ya que él era el culpable.
Claro, era el máximo proveedor de droga en la ciudad, había penetrado en todo lugar su droga maldita, hasta en los colegio, pero nada le importó.
Cuando supo sobre la muerte de su hijo, comenzó a caminar sobre el agua de su arrepentimiento, de su maldad. Lloró después de mucho tiempo, de nada sirvió su riqueza y poder. El era responsable de la muerte de su propio hijo.
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La sentencia que había dictado su compadre, el juez, nuevamente lo había favorecido. Nuevamente el hijo de su hermano había sido absuelto de un caso de violación del que lo acusaban. Obvio, su padre era el todopoderoso de la ciudad, así que, nadie podía culpar a su hijo. El soborno o la muerte eran sus armas acostumbradas.
Hasta que un día le avisaron que su hijo había sido violado y asesinado en las afueras de su departamento; ese certero golpe en su vida lo marcó para siempre, la justicia había llegado a su hogar. Así terminó la vida del violador.
Y caminó sobre las agua de la vergüenza y dolor; conoció el sufrimiento espiritual, lloró. Lo envolvió el arrepentimiento.
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Era su forma acostumbrada de trabajar, estafando a la gente, vendiendo algo que no tenía o que no era de su propiedad, o vendiendo seguros que jamás se pagarían. A veces su conciencia le decía que: hacerle este daño al que tenía, no se notaba tanto el problema; pero cuando se lo provocaba a un trabajador o a un jubilado, las cosas cambiaban.
Pero estaba acostumbrado, así que poco le importaba, siguió su rutina sin amilanarse por nada; hasta que le robaron su auto y le quemaron su casa. Un papel dejado en la puerta, decía: Por ahora le perdonamos la vida, a tu esposa, e hijo.
Entonces caminó por el agua del temor y el arrepentimiento. Jamás volvió a sonreír.

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