viernes, 21 de octubre de 2016

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Octubre de 2016



INTRIGA  AL  DESPERTAR

     Un fuerte golpe, como si en el techo hubiese caído un fardo pesado, hizo que su sueño fuera interrumpido así,  bruscamente. A través de la ventana se veía el cielo oscuro y esa transparencia del aire que presagia el anuncio del amanecer. Al observar el reloj del velador supo que aún había  tiempo para dormir. Por lo tanto, el golpe causante del violento despertar debería tener una connotación inusual. Remeció suavemente la espalda del hombre, quien le contestó con un leve gruñido. Debió insistir un poco más fuerte,  para que muy a desgano,  se diera vuelta y abriera a medio filo sus ojos, con la expresión de dar curso a su demanda, pero con la intención de seguir durmiendo plácidamente. Otro golpe casi similar hizo que su cuerpo saltara y el esposo se alertara totalmente.            
     - ¿Y eso, que será?, dijo él.
     - Al parecer alguien  cayó sobre el techo-, respondió la mujer.
     A continuación se sintieron unos pasos arrastrados, descoordinados. El hombre hizo ademán de levantarse, tirando la ropa hacia atrás en un rápido movimiento, pero ella tomó con presteza  su brazo y le impidió continuar.                                                                               
-¿Qué pasa, querida?, debo ir a ver que sucede en el techo
     -¡No, por favor, Ricardo!- No vayas. Podría ser algún ladrón que viene huyendo y debe andar armado.            
     Nuevamente se sintió el arrastrar de pies y el ladrido de los  perros se hizo ensordecedor. Tanto su mano como el alboroto canino fueron razón suficiente para que el hombre  lentamente volviera a su sitio anterior, en una posición de alerta. Los pasos continuaron  cada vez más cansados y un sonido como quejido doloroso los acompañó por largo rato. Al fin los ruidos decayeron y los ladridos de los perros hicieron otro tanto.
- ¿Crees tú que podrá ser algún maleante?       
     -Pienso que sí, recuerda lo fácil que es saltar del camino a nuestro techo. Si no fuera porque somos vecinos conocidos y nos tienen consideración,  más de alguno saltaría detrás de los volantines.                                                     
     -Sí, tienes razón, pero de todas maneras debería ir a cerciorarme y llamar a Carabineros.                                                     -No querido, por favor, tú no estás bien, vienes saliendo de una crisis, es mejor quedarnos dentro de la pieza y encerrarnos con llave.-  Dicho esto, se levantó en puntillas y giró rápidamente el mecanismo de la chapa. Luego volvió con el mismo sigilo y se arrebujó entre las sábanas.
     -Bueno, y según tú ¿qué deberíamos hacer ahora?- dijo Ricardo.
-Creo que lo más cuerdo es quedarnos acostados y esperar hasta que aclare; el tipo deberá huir o,  si está herido, avisaremos a la policía  y ellos se lo llevarán. Por lo demás, creo que lo más importante es evitar el peligro.                                                                                                      
      -Sí, creo que es razonable-, dijo,  poco convencido, y para sí mismo agregó: Lástima que este mes no pude comprar el otro aparato para llamar desde aquí, pero apenas me pague lo haré sin falta.
     Nuevamente, pasos arrastrados, pero mucho más tenues, y un sonido que interpretaron  como quejido agónico.                                                                                                                                                                          -Pobre hombre, cuándo pensaría que iba a morir en un techo, solo y perseguido.                                                          -¡Qué  bien, o sea que todavía le tienes simpatía!, si es un maleante él se lo buscó, o ¿No?                                     
     -Bueno, sí, pero sólo de pensar que es un hombre joven, quizá un niño, me produce pena.                                              
     -Querida, el maleante es como si no fuera persona. Ellos no tienen escrúpulos cuando cometen fechorías.  Es tan grande su dureza, que aunque se estén muriendo, juran que son inocentes, incluso con la víctima a su lado.
Pero de todos modos, cuando uno tiene hijos, querido, a todos los jóvenes los asocia con ellos aunque estas personas sean descarriadas.         
     El hombre la miró de soslayo y en un gesto burlón enarcó las cejas y volteó sus ojos hacia arriba.                                 
    
     -Y por último, soy cristiana y como tal debo respetar a mi prójimo
-Mire, querida, creo que usted está perdiendo la perspectiva. Un maleante es un maleante y punto.
     -Tú siempre tan frío y racional.                                                                                                                                                                               -Qué bien, o sea que ahora yo soy el malo. Bueno, mi estimada, si vuestra merced,  condolida por la situación del que está allá arriba, dispone invitarlo a compartir cama y calor con nosotros, me abrigo y voy a decírselo.
-Qué hombre más desagradable, no te sienta ser irónico conmigo.
-Shits, baja el volumen o el sujeto captará que lo hemos advertido.
La esposa le dio vuelta la espalda y se tapó hasta la nariz.
-Bueno y ahora qué, el tonto ya está despierto y la princesa aprontándose para roncar. ¿Qué se supone qué debo hacer?
     -¡Dormir! , -dijo la mujer, en tono agrio.
     Transcurrió bastante tiempo en el que los ruidos se dejaron sentir más tenuemente, el matrimonio dándose la espalda se enfrascó cada uno en sus propios pensamientos. La claridad del amanecer los descubrió en un profundo sopor.
     Como si se hubiesen puesto de acuerdo, ambos saltaron de la cama, se calzaron las zapatillas y la bata de levantarse y salieron a los otros recintos en busca de una escalera para mirar con más detalle el techo. Una vez afirmada en la muralla, el hombre subió y cuando llegó arriba, una gran risotada alegró su mañana. 
     -Querida, ven a ver a nuestro supuesto maleante. Diciendo esto,  bajó y ayudó  a la mujer a ascender, ella miró con incredulidad  a un  enorme y retinto jote, que los miraba con aspecto de indiferencia, pues el problema de su pata ya era más que suficiente. Sus garras se habían enredado en la rama de un arbusto y ésta  andaba como lastre en cada movimiento que el pájaro hacía con intención de zafarse.

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