jueves, 21 de julio de 2016

Alejandro Insaurralde-Argentina/Julio de 2016

Cambiame la música



Hagamos un breve repaso de la actualidad política argentina. El cambio que se experimentó no fue sólo un viraje de orientación ideológica, representó además una clausura, un final de etapa de uno de los rallies más accidentados que vivió la escena política local. Con el “Frente para la Victoria” en el poder, los competidores de la oposición se aunaron desde distintas vertientes partidarias y durante el rally, ya en tiempos electorales, sortearon todo tipo de retos, desde tormentas de calumnias hasta ciénagas judiciales, desde chicanas dialécticas hasta debates empantanados en la persuasión y en la mentira.
Pero no la compararé con el mundo de la competición automotriz sino con la música, a esta carrera política que terminó en el embudo electoral del ballotage. Con Mauricio Macri como ganador se presume que nuestro “oído político” fue mejorando y esto nos ayudará a entender cómo pasamos de escuchar una música dogmática, a una más auspiciosa y “políticamente secularizada”. La primera la emparentaremos con la música religiosa medieval. La segunda, con la renacentista. Como se ve, trato de identificar esto con un cambio sustancial y prometedor aunque por ahora es sólo aparente. Algunos creen que empeoramos con los últimos tarifazos, las causas judiciales de los Macri y los despidos masivos. Pero seamos cautos y pacientes. En política, tanto construir como destruir no se da en un abrir y cerrar de ojos.
El gobierno de Néstor Kirchner tenía el desafío de acomodar las cuentas y de devolver a la sociedad el orden que se había perdido en la debacle del 2001. Pero fue el de su mujer Cristina, uno de los más oscuros de los que se recuerdan en democracia, con una Constitución pisoteada y con resonantes casos de corrupción que hasta involucró al Vicepresidente de la Nación. Con el kirchnerismo y la música del Medioevo como tópicos, comenzaré esta analogía. Veamos qué pasa.
Para fines de la Edad Antigua, el imperio romano sufría disputas religiosas entre cristianos y paganos que complicaban la paz. El Emperador Teodosio I decreta el Cristianismo como religión oficial de todo el Imperio Bizantino y con ello logra recomponer la estabilidad. Parecía una medida pacificadora y equilibrada, pero como el poder marea a cualquier vicioso no tardó en aparecer un grupo de manipuladores que pergeñó un aparato de represión ideológica que abrió las puertas de lo que se conoció como el oscurantismo medieval.
Durante este período, predominaba la música cristiana y la Iglesia se consolidaba como la institución hegemónica de Occidente que imponía una cosmovisión teocéntrica en todos los órdenes. El Papa Gregorio “El Magno” - hombre muy adepto a la música - estableció en el Siglo VII un sistema de cánticos con el objeto de “aceitar el vínculo entre el hombre y Dios más allá de la liturgia y de la oración”. Fue así que nacieron los cantos gregorianos en honor a su pontificio. Estos cánticos eran monódicos en un comienzo - es decir, de una sola melodía - y los monjes instruidos en composición respetaban con rigor este diseño.
Si lo trasladamos al gobierno de Néstor Kirchner, vemos que la arena política se llenaba de esta música bienaventurada que sus fieles entonaban con vanidad redentora. A este personaje, además, se lo vitoreaba con gran devoción, con una insoportable devoción personalista. Así la música política de nuestro país se volvió doctrinal y monódica, una melodía única - o bien, un relato único - entonaba el kirchnerismo para supuestamente “salvar al país”. Esto es bien propio de los populistas: la masa cantando una única melodía tan hipnótica como mesiánica.
Pero allí no terminaba el sopor: recuerden que los cantos se utilizaban como una forma de alabar a Dios. Bien. Los acólitos kirchneristas – que les encanta que los llamen “militantes” – expresaban su adhesión incondicional con cánticos “anti-corpos”, o “anti-imperialistas”, de esos que se aprenden en los patios de la Facultad. Los recuerdo entonando al unísono la tediosa marcha que grabó Hugo Del Carril acompañada de un relato patriotero - y monódico - que pretendía salvarnos del capitalismo. Con la marcha ya era mucho. Encima se sumaba el relato. Un bodrio.
Néstor, dentro de lo corrupto que fue, puso algunas cosas en orden y no hubo atropellos considerables durante su gestión. Ya en la era Cristina, la cosa cambia. Un bacanal de corruptelas y fechorías fue parte activa del folclore kirchnerista - o “cristinista” - con un Estado viciado por un sistema prebendario y con la dudosa muerte de un fiscal que tuvo todos los ribetes de un crimen mafioso. Fue una gestión que se autodefinió de “modelo” y que no fue más que la continuidad de una receta populista diseminada por América Latina.
Volviendo a la música cristiana medieval, diré que en ella se experimentan cambios a partir de los Siglos XI y XII. Así llegamos a la etapa polifónica, es decir, compuesta por varias melodías. La música religiosa continuaba vocal, la textura del entramado contrapuntístico se enriquecía, se sumaba la voz femenina a la formación coral y… ¡Eureka! ¡Una mujer gobernaba este país, el coro estaba completo! ¡Teníamos una perfecta polifonía donde “todos y todas” podían cantar! Era el reino de la “inclusión” - falaz, por cierto - donde incluir era sinónimo de “amontonar”.
Nuestra música política seguía tan dogmática y la dama de hierro en cuestión ganaba adeptos no por simpática, sino por temeraria. A Cristina le tenían miedo, no había dudas. Su slogan “Vamos por todo” era un claro slogan expansionista que implicaba arrasar con todo lo que se interpusiera – válido hasta para fiscales que la investigaban - y tomar el poder completo. Fue así que se formó un coro populista que le cantaba al dios del dinero, a ese dios que todo lo puede y que todo lo corrompe. En la era Cristina, el kirchnerismo se había convertido para sus seguidores en una religión y su música más doctrinal que nunca.
Era el tiempo de las interminables cadenas nacionales. Cristina Kirchner parecía tener una atracción irresistible por ellas. La inauguración de algo o cualquier elefante blanco ya era motivo para un anuncio en cadena. Seguían los bodrios. Algún opositor habrá estado a punto de colapsar en aquel tiempo, se los aseguro.
Cuando la periodista española Pilar Rahola le preguntó al ex presidente de Uruguay Sanguinetti hacia dónde iba la Argentina durante el mandato de los Kirchner, él respondió: "Querida…Argentina no va hacia ninguna parte". La cáustica respuesta del político dejaba entrever un doble fondo anunciado, como un destino escrito en un bajorrelieve. Para él estaba claro que si el kirchnerismo continuaba, Argentina iba hacia el cadalso. Un país que repite la fórmula de una dirigencia liderada por mafias y feudos provinciales no tiene un futuro prometedor. Un coro de múltiples voces se escuchaba, pero sin matices. Claro que en tal polifonía no se aceptaban voces que no armonizaran con su ideología. Cuanto pensador o periodista que expresara una voz ideológica distinta era separado o denostado.
Las políticas populistas se caracterizaron siempre por concentrar grupos de poder con el sólo objeto de saquear. Sería extenso analizar los detalles de estas políticas, pero no hay que perder de vista ese único objetivo que tienen, el de asaltar el poder para expoliar indefinidamente. En ese teatro de operaciones se halló la Argentina con todos los gobiernos peronistas, y en especial con el kirchnerista. ¿Y qué pasaba con su “música”? Seguía doctrinal y firme, claro, lo fue siempre con el peronismo, sólo que en los últimos años el relato y la famosa marcha se hicieron más verticalistas que nunca.
Los ideólogos populistas nunca priorizaron la formación moral e intelectual y allí está la clave del poder manipulador hacia sus seguidores. Pero esto ha creado también una injusta estigmatización del trabajador humilde cuando se lo asocia con lo precario o una vida de miseria. No hay que confundir ser pobre con ser una persona vacía de contenido. Aquel que tiene condición humilde no tiene porqué estar exento de recibir un capital cultural. Lo elitista responde siempre a una minoría, no es novedad, pero es inaceptable creer que un pobre no tenga acceso a mejores opciones. En este sentido la voz paternal del líder populista hace su ingreso cuando se dirige a la masa con encantadora demagogia: “vengan a mí, yo los salvaré de aquellos que les niegan una vida digna, de una vida de progreso y de bienestar” (claro, esta gente no admite que son ellos los que les niegan la oportunidad a los pobres, manteniéndolos humildes, ahí bien abajo, para que dependan siempre de alguien).
En cuanto a la música, desde aquel “alpargatas por un libro” que empezó a rubricar nuestra decadencia, el oído se embruteció y cualquier cantinela cuasi-tribal o monotonía rítmica eran bienvenidos. Y hablo de la música real, no de la metafórica que estoy empleando en la nota. La real. No es inopinado que la cumbia villera y el reguetón hoy hayan capitalizado los espacios masivos de audiencia. Pareciera que ser pobre – junto a su lado más oscuro, la marginalidad – debiera llevar la marca indeleble de estas músicas. Basta con subir a un transporte público del conurbano que ya te ponen ese ritmo letárgico y monótono a manera de “pago de peaje”. El mensaje subyacente sería: “estás en nuestros dominios, estás en territorio de pobres, somos mayoría y vas a escuchar reguetón y cumbia aunque no te guste”. Lo popular y lo precario no tienen porqué asociarse, pero sabemos que la precariedad avanzó en la música y manchó al resto de las expresiones populares más esmeradas.
Aquella época oscura que amenazaba perpetuarse, sin embargo, estaba por acabar. Aún con todo el poder que gozaba, el kirchnerismo sucumbía y las malas candidaturas elegidas por la misma Cristina fueron la clave de su fracaso. Otras formas de hacer música emergían y marchaban en paralelo con la polifonía religiosa del Medioevo. Era la música profana, que no le cantaba a Dios sino al amor y a las gestas de batalla de héroes importantes. Los trovadores y los juglares eran los encargados de llevar la música no religiosa por Europa y éstos últimos - plebeyos, de condición más humilde - iban de pueblo en pueblo narrando con música las novedades del momento. Alguien definió alguna vez a los juglares como “los noticieros ambulantes” de la época. En nuestro país se oían “otras noticias” musicales, que no le cantaban a ninguna figura omnipotente del gobierno. Estas buenas nuevas no lograban imponerse aún. Faltaba tiempo, pero se oían.
De a poco empezaban a respirarse aires de cambio, se percibía en las calles, en las encuestas. Otra propuesta “renacía”, otra música se oía a lo lejos, como una banda que asoma y baja por un terraplén con un repertorio nuevo y refrescante.
Era un “renacimiento” lo que se percibía. En los Siglos XV y XVI, se reivindicaban todos los saberes ocultos y vituperados por la Iglesia durante el Medioevo. La música no estaba exenta de este renacer y si bien la polifonía religiosa continuó, emergían otras formas de hacer arte y con otro contenido.
Lo que proponía “Cambiemos” liderado por Macri representaba un renacimiento, era una vuelta a la valoración cultural, a dejar de lado ese folclore de la mediocridad y lo chabacano que indebidamente encapsuló a las clases humildes. Pero además se buscaba combatir la cultura de la inmediatez y reivindicar los valores democráticos. La libertad de prensa – tan mancillada durante la era kirchnerista – volvía a la luz de la mano de una política liberal: Libre comercio, mejoramiento en el mercado de capitales, más inversiones, mejor relación con nuestro principal sector que es el campo.
Con todos los obstáculos que debió eludir, la actual gestión se perfiló hacia una política diferente, una política con más apertura al diálogo entre sectores y libre de mafias que capitalicen el control. Es un indicador de un mejor esqueleto cultural entre sus filas. Mientras el kirchnerismo bajaba líneas con un discurso cerrado, verticalista, una música religiosamente funcional al relato y en sintonía con una escolástica medieval, “Cambiemos” apostó al consenso y al diálogo, con una música más ecléctica y melodías libres de doctrinas. Vaya diferencias.
Por supuesto que varias de las medidas tomadas en estos seis meses pueden ser debatibles. El gobierno de Macri tuvo desaciertos, pero la incuestionable vocación por sanearlos indica también una mejor calidad de gestión. Queremos que Macri se equivoque lo suficiente para que madure como estadista. Es un mandatario que se reconoce falible, sabemos que su perfil político no incluye la propensión tiránica ni la corrupción. Con una gobernabilidad plena, vendrán nuestros beneficios por añadidura.
Muchos no comulgarán con el nuevo gobierno, pero un cambio hacía falta. Doce años de una política con tendencia hiperpresidencialista no es sana para una democracia. Una nueva “música política” como alternancia de conducción se necesitaba, algo nuevo que propusiera establecer un parámetro para detenerse y decir: “Bueno, estamos parados aquí. ¿Qué tenemos? Sigamos con lo que funciona y mejoremos lo que no funciona”.
Para diciembre del 2015, muchos planteamos: ¡Cambiame la música política, quiero caras nuevas para enriquecer mis oídos! Y así fue. Nuestro voto cambió el dial.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente. Macri debe madurar como estadista y el pueblo tambien. Es necesato distinguir el error de la organizacion mafiosa que dejamos atras. Hay que comprender que nada bueno se construye en un corto tiempo. Restablecer un pais muy enfermo lleva considerable tiempo. A veces, mucho mas que una gestion. Ojala el cambio continue y se profundice. Espero que no se cumpla lo que dice Asis, "Argentina, pueblo de rapidas desilusiones".

Mirta Pellegrino dijo...

Excelente! Los cambios serán lentos y comenzaron por los sectores más urgentes; eso provoca un interesante aumento de la imagen presidencial en los sectores marginales acompañado del lógico desencanto de las clases medias, ahogadas ya en tantos años en caida. Se siente frustada de que su candidato no les esté dando prioridad, sino exigiendo mayores sacrificios.
Pero nos salva el hecho que cada tanto se nos acercan los cantos oscurantistas de una sola melodia, y al volver a escucharlos la gente recapacita en lo que hubiese sido sin el cambio; y canaliza sus reclamos por el buen sendero de pedir justicia.

Alejandro Insaurralde dijo...

Muchas gracias por los comentarios vertidos. Es un hecho que a Macri aún le falta experiencia política, pero creemos que esa carencia no le impide ser una buena bisagra para un cambio político que se necesitaba. Como hombre hábil en el mundo de los negocios, confiamos en su capacidad de poder satisfacer a todos los sectores sin que por ello pague mucho costo político, (que suele pasar con gobiernos que benefician a unos en detrimento de otros). Es un hombre que supo construir poder, y creemos que su gobernabilidad se sustentará sobre la base de la ecuanimidad. Ello terminará derribando el viejo mito de que Macri gobierna sólo para ricos.
Y como bien decís Mirta, todo este proceso lleva su tiempo, es lento, incluso lo trascenderá a Macri. Es imprescindible que después de él no volvamos a caer en la trampa populista. La centralización de poder del peronismo/kirchnerismo era algo que sofocaba, esas "melodías oscurantistas" no le hacen bien a una democracia y menos aún con tanta corrupción destapada que avergüenza. Creemos que el cambio no debe significar desmantelar todo, significa instaurar una forma nueva de hacer política, con actores nuevos, sin la vocación de la perpetuidad pero respetando lo que está bien y corrigiendo lo que no funciona. La gobernadora Vidal dijo algo al respecto: "quiero cumplir mi mandato por 4 años en la Provincia de Bs As y listo, después que venga otro a mejorar lo que hicimos". Sobre la pluralidad se construye, no sobre el relato único. La "polifonía de voces" garantiza la buena conducción porque oxigena, construye sin sacar nada. Pero esa polifonía no tiene que ser un amontonamiento de ideas bajo un relato único, de lo contrario, caeremos de vuelta en una democracia ficticia, donde la multiplicidad de ideas se anula y se termina en persecuciones ideológicas y demás, como pasó en el kirchnerismo. Muchas gracias!