domingo, 20 de marzo de 2016

Elías Echeverría-Chile/Marzo de 2016



EL CHANCHITO SIAMÉS


            Los humanos somos animales curiosos, estamos ávidos de aventuras, siempre tratando de descubrir cosas. Somos por esencia, investigadores.
            Este país es un innovador, los jóvenes con toda su fuerza siempre creen que pueden inventar el hoyo del queque, sin saber que nuestros abuelos ya lo habían hecho. Conocedores de esta inquietud, los maestros en la universidad, tratan de canalizar estos bríos.    
           

            El docente les dijo: -Yo les guiaré en la próxima investigación. Vamos a trabajar en algo que el país necesita y que prestigiará nuestra universidad. Trabajaremos, con inseminación artificial, para mejorar la raza bovina. El método consiste en engañar al toro con una vaca artificial, luego este germen de vida se divide en pequeñas cápsulas, para engendrar la especie en diferentes hembras.
            -Estaba surtiendo muy buenos efectos, salvo un detalle, que menos mal corrigieron a tiempo: inicialmente el método consistía en usar una larga bombilla, donde se colocaba la cápsula que se introducía levantando la cola de la vaca. El operador soplaba rápidamente para que la vaca quedara inseminada. Ahí radicó el problema que debimos corregir, por suerte fue a tiempo, porque hubo ocasiones en que la vaca sopló primero.
            Pero el profesor quería más, decidió viajar con este grupo de alumnos a una estancia más al sur, donde había gran producción de estos animales y querían mejorar la raza. Esta vez sus alumnos estaban organizados, los protocolos se cumplirían y todos estaban felices con los resultados. Llegaron a la estancia con cien dosis. Como este era un lugar reservado de propiedad del gobierno, estaba custodiado por uniformados. Al recibir la noticia que la universidad llevaría a cabo un experimento, el jefe del lugar, ávido de reconocimiento, prestó todas las facilidades. Aunque íntimamente no le gustaban las vacas, sus predilectos eran los cerdos. Tenía un corral pequeñito alejado de la estancia, porque a nadie le gustaba el olor que trascendía de estos animales. Tenía a unos jóvenes encargados de la limpieza pero estos se aburrían rápidamente. Uno de los empleados viejos, al ver el descontento de su jefe, un día le sugirió: he visto como usted se molesta por el resultado de la chanchera.
            -Por ahora no quiero saber de los chanchos, porque vienen los muchachos de la universidad y eso es prioridad. Mientras me entrevisto con el profesor, tú dispone de todo lo necesario para que los alumnos se ubiquen.
      El viejo cuidador, conocedor de los ambientes de campo donde siempre había vivido, no escatimó en detalles y se enteró de lo que venían a realizar los alumnos.
            -¿Qué traen en esa cajita?- preguntó. Los jóvenes dieron detalles y le pidieron que, por favor, la guardara en un refrigerador para utilizarla al día siguiente. En el momento que la llevaba y, sin que nadie lo notara, sustrajo una cápsula y la escondió en una pequeña rendija del refrigerador.
      Al día siguiente, fue una locura el griterío, en el arreo de las vacas. Ya entrada la tarde se había cumplido el propósito. Todos felices, degustaron una opípara cena. Luego de eso, se retiraron y regresaron algunos meses después para ver los resultados. El profesor, al despedirse se notaba algo preocupado. El jefe le preguntó qué le pasaba.
            -Me inquieta un detalle, según mis estadísticas sólo inseminamos noventa y nueve vacas y nosotros traíamos cien cápsulas.
            El viejo dijo: - yo no tengo respuesta para eso, sus alumnos manipularon el producto.
             El docente respondió: -Es probable que nos hayamos equivocado al contar, en todo caso la primera etapa fue un éxito.
      Al día siguiente, cuando se retiraron los alumnos, la estancia volvió a la normalidad.
            El jefe llamó al viejo y le dijo: -¿Cuál era tu proposición respecto de los chanchos?
            Éste le respondió: - Jefe yo le prometo una mejor producción de los chanchitos, no va a sentir ni olor porque yo tengo experiencia en estas cosas, soy nacido y criado en el campo.
            -De acuerdo- dijo el jefe- hazte cargo de las chancheras y yo me encargo del personal.
      Todo empezó a funcionar muy bien, el olor casi no se sentía, satisfecho el jefe pensó: “Este viejo sí que sabe”.
            Tan entretenido estaba el viejo, que se olvidó de la cápsula. Sin embargo, cierto día de madrugada, como un latigazo el recuerdo lo despertó.
            Se dijo: - Puchas, esa cuestión debe haberse echado a perder, o quizás en la limpieza hasta la botaron. - Raudamente se dirigió al refrigerador, al lugar donde la había colocado, ahí la encontró, y obviamente congelada. Acto seguido se fue a la chanchera como si sus pies tuvieran alas, pilló a la chancha Linda, que no había quedado preñada aún.
            -Cómo estay Linda- le dijo,  le rascó la espalda y sin mediar más palabras, le levantó la cola y le introdujo la cápsula.
            -Mi muñeca, ojalá que todo resulte. -Le dijo el viejo, volviéndo a sus quehaceres. Unos días después, alborotado llegó a la oficina del jefe para comunicarle.
            -Hubiera cometido un gran error si hubiera carneado a la Linda, porque está preñada, así que le pido que me dé parte de la camada.
            -¿Qué extraño?- dijo el jefe- ya estaba vieja. Sin embargo, acepto tu proposición.
      Al poco tiempo parió la chancha y ¡oh sorpresa! Un par de chanchitos nacieron pegados por la espalda.
      La noticia corrió como reguero de pólvora, todos querían conocer al chanchito siamés. Sin duda, también se supo en la universidad. Silenciosamente el profesor tomó su vehículo y se dirigió a la estancia. El jefe lo recibió sorprendido.
            -Necesito hablar a solas con usted- le dijo.- ¿recuerda mis aprehensiones cuando me retiré?- Yo fui premiado en la universidad porque el experimento resultó todo un éxito, pero lo que ha ocurrido desbarataría todos los galardones obtenidos, sería mi ruina.
            -¿A qué se refiere usted?- le dijo el jefe.
            -Es imposible que nazca un chancho siamés- La única respuesta es que hayan usado la cápsula que faltaba.
            -No puede ser- dijo el jefe- manden a buscar al viejo.
     Cuando éste llegó a la oficina lo increpó: - ¡Mira viejo, no nos veamos la suerte entre gitanos¡ Sabemos que eres un ladino, esto va a quedar sólo entre los tres. Pero dime la verdad.
            -Es cierto, yo saqué una cápsula y la usé con la chancha Linda, lo siento si cometí un error, pero ya está hecho.
            -La única solución- decretó el profesor- es que eliminemos la evidencia y así todos nos salvamos.
            -Buena idea- dijo el jefe- además son muy sabrosos.
      Los tres se dieron la mano ante tal solución y se dirigieron al corral. Cuando se acercaron al chanchito, éste se escapó.
            -¡Atájalo!, ¡atájalo! – Gritaban. Quedaron rendidos de cansancio y no lo pudieron pillar.       -Traigan a alguien más para que lo pillemos, de aquí no tiene que salir vivo.
            Todo el día estuvieron tratando de pillar al chanchito. ¿Por qué?
            Cuando el chanchito jadeaba de cansado, y sus captores estaban a punto de alcanzarlo, se daba vuelta y seguía corriendo como si nada. De pronto, por una rendija que nadie había percibido, el chanchito escapó hacia la montaña y no hubo manera de capturarlo.
      Si alguna persona va a la isla grande de Chiloé, podrá ver en los cerros como el chanchito sigue corriendo, y cuando se cansa se da vuelta, y continúa corriendo.

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