miércoles, 21 de octubre de 2015

Luis Tulio Siburu-Argentina/Octubre de 2015



Usted no sabe que vos me lo contaste

La siesta se despereza sobre la hirviente acera de San Juan. Cuarenta y dos grados insoportables presagian la llegada del viento Zonda. Junto a la puerta del bar aledaño a la esquina de España y Pedro Echagüe, frente al Mercado Artesanal, digo basta y entro a refrescarme la garganta, cara y muñecas. El calor me oprime la cabeza y me trae  alucinaciones…

En una mesa veo a dos Domingos, pero no al ocioso día de la semana en duplicado si no a dos hombres de carne y hueso. El viejo maestro Domingo Faustino Sarmiento y a su lado mi amigo escritor Domingo Acuña, autor de “El terremoto de San Juan en 1944 y sus huérfanos”. Me acerco despacio, meditando como entrar en conversación con una figura ilustre y respetada que justo  hoy vino desde la historia y otra querida que se escapó del olvido, quizás para que siempre los recuerde a ambos. Me paro frente a ellos, los miro casi a un mismo tiempo y murmuro…

- Usted no sabe Sarmiento que vos Acuña me lo contaste. Aquello de doña Paula Albarracín y sus esfuerzos de madre para que a su hijo no le faltara nada en la casa de la higuera,  que hoy es el museo histórico de la calle San Martín. Por eso  Maestro, se preguntará de donde yo sé tanto de su vida. Y lo que pasa es que este muchacho que tiene a su lado y que conozco hace unos años es un historiador de San Juan y frente a algún café que poco a poco se iba enfriando, una tarde parecida a ésta me fue relatando todo, de su nacimiento un 15 de febrero de 1811 hasta su muerte el 11 de septiembre de 1888, pasando por supuesto por la anécdota que a los cuatro años leía de corrido y que a los quince fundó una escuela y dictaba clases a alumnos que lo superaban en edad en San Francisco del Monte de Oro. Que fue escritor, periodista, sociólogo, educador empedernido, diplomático, gobernador y otras altas responsabilidades o respetables oficios que ya no me acuerdo en este momento, pero de lo que estoy seguro es que llegó a Presidente de la República…¿no es así? Vos Acuña, en todo caso ayudáme, que lo tenés claro porque investigaste acerca de Don Domingo. Yo sólo te escuché esa tarde y además leí tus libros y por supuesto me quedó bastante de los maestros de la primaria que hablaban de este hombre.

Al llegar a este punto, el canoso anciano de cabeza prominente, que con la mano derecha se apoyaba en un bastón pero se mantenía erguido gracias al brazo izquierdo que posaba sobre la mesa, a centímetros del vaso de la moderna Coca Cola light -  para evitar complicaciones de una incipiente insuficiencia cardíaca -  me miraba impávido, mientras Acuña abría los ojos desmesuradamente por cada dato que yo expresaba y que se suponía que él me había dado pero que quizás yo repetía con errores.

Lo miré fijo al gran sanjuanino y me dije para mis adentros que si le daba un segundo de resuello comenzaría a apabullarme con su inteligencia y don de la palabra, por lo que seguí hablando sin parar de su amor por Aurelia Vélez, del libro Facundo, del exilio en Chile, de las grandes discusiones sobre el destino del país, que mantenía por su carácter fuerte. No quise meterme con la niñez porque seguro me contaría aquello de que nunca supo bailar un trompo, rebotar la pelota, encumbrar un cometa…

Vos Acuña te tomaste dos cervezas heladas en menos de quince minutos, tal era la nerviosidad que te consumía, pero yo no tengo la culpa de que justo estuvieras sentado al lado del Maestro cuando a mí se me ocurrió delirar y acercarme a la mesa, es más, aún no entiendo bien por que milagro del túnel del tiempo estábamos allí los tres junto al sobrecito de Sucaryl para diabéticos. Vos y yo vaya y pase, somos contemporáneos, pero él… ¿ qué almanaque del siglo diecinueve lo trajo, de que  libro de Felipe Pigna se cayó una página, o acaso vino a convencer al mozo de que las ideas no se matan ? 

Disculpe Don Domingo que lo haya interrumpido, pero ocurre que – y esto ni siquiera me lo contó Acuña porque lo descubrí recorriendo su biografía – hay algo que usted no sabe a pesar de todo lo que conoce. En 1887 el doctor Lloveras,  le recomendó – por su enfermedad cardíaca -que se establezca en Paraguay dado que el clima lo favorecería, traslado que usted hizo. Mire como son las cosas. Ese médico que le diera tan buen consejo era el padre del compañero de estudios de medicina de mi papá en la Universidad de Córdoba. A Lloverita lo conocí siendo yo adolescente, quince años después de morir mi padre en el terremoto de ésta ciudad. Él me contó que lo habían puesto a estudiar junto a papá porque mi viejo era muy perseverante y querían que Lloverita se contagiase de Luis María…

Ahora los dejo a usted Maestro y a vos Acuña. Seguramente cuando traspase la puerta, los dos se irán diluyendo porque sólo fueron imaginación. Apenas quedarán sobre la mesa muestras materiales del presente, como la tradicional botellita vacía, un sobrecito de edulcorante roto y la tapitas metálicas de las Quilmes.

Vuelvo a la realidad contento de que en una encrucijada del tiempo o en el azar de una consigna de taller literario, la historia de los Siburu se haya cruzado tangencialmente con la de los Sarmiento y los Acuña. Muy, pero muy tangencialmente. Ellos fueron actores del San Juan con rica historia y amarga tragedia. Yo apenas fui espectador desde muy lejos.

No hay comentarios: