lunes, 20 de julio de 2015

Nina Pedrini-Argentina/Julio de 2015



LINAJE
El otrora Secretario de la Biblioteca de la calle Córdoba, camina lentamente hacia la noche pampeana. No evita pensar en su muerte, inminente, soñada o elegida.
Un pobre farol ilumina el patio de tierra en el que se desarrollará el duelo que no buscó y que tampoco quiso o se animó a evitarlo.
El retador, camina en zigzag, se ubica debajo del farol. El Secretario de la Biblioteca, frente a él, distante un par de metros.
¡Qué curioso! Su hipotético matador se expone a toda luz, él, en la tiniebla, sólo iluminado por las estrellas que por esos parajes, brillan intensamente y que, casi están al alcance de las manos.
El de la cara achinada no acierta con su buscado equilibrio, no obstante, hace unos minutos, hizo una demostración de su habilidad, arrojó el cuchillo al aire y en el aire lo atajó; pero cuando quiso repetir la cabriola, el arma se le perdió de vista. Con los ojos entornados, haciendo pantalla con sus manos temblorosas, oteó a su alrededor y por fin la encontró. Con ella despenaría al pueblero cajetilla.
El desafiado deja sus pensamientos mortuorios para otro momento. La falta de estabilidad de su retador, la convicción de que está muy borracho, le da pie para empezar a convencerse de la ventaja que le lleva. Él es un hombre culto, el otro, seguro un analfabeto; él está sobrio, el chino muy mamado. (Se disculpa por el término, pero no le llega a su mente otro mejor)
Entonces, se ve sentado a su escritorio de la Biblioteca, frente al de Jorge, su colega y tocayo, nunca “compañero”. Jamás le aceptaría que lo tratara de tal, sus principios políticos lo habían barrido de su vocabulario, más allá de que reconociera el origen latino de la palabra.

-.Vea, amigo, le dice el Secretario-. “ Todos transitamos por un laberinto; la ofuscación, el miedo, nos hace perder de vista el hilo de Ariadna. Difícil salir de él”
En ese momento, el gaucho mal entretenido que tiene en frente, vuelve a pronunciar palabras incultas, avanza hacia él, tambalea por milésima vez,  parece que se enreda en sus propios pies y cae al piso. Ahí queda, brazos en cruz, cara en el polvo.
El Secretario de la Biblioteca queda paralizado, los ojos desorbitados; él que ya se veía atravesado por el cuchillo, asiste a la caída estrepitosa  de su ocasional rival. En la mano derecha todavía empuña la daga que le arrojara uno de los presentes en el boliche.
El silencio se adueña de la escena, el hombre culto vuelve a pensar en su muerte, se ve transitando hacia la eternidad, no le conmueve el hecho de haber sido muerto a manos de un delincuente, de un harapiento, un vago que nada ha hecho por la Patria.
Añora la lucha encarnizada con los crenchudos de Catriel, es su abuelo, barbado y corajudo. Se enorgullece de su linaje, de su cultura. Él es la civilización, el gaucho pendenciero, la barbarie.
Se desprende del puñal, tal vez el gaucho malo se lo arroje a traición, pero el hombre está quieto.
Una voz sentencia-.¡Está finao!-. El Minotauro pampeano fue derrotado por el “hombre que se sentía hondamente argentino”*  Se retira del lugar, entra en el espacio que le es propio, atrás deja el laberinto. “Su casa está esperándolo en un sitio preciso de la llanura. Solo esgrimió su linaje.    

* Jorge Luis Borges. Ficciones. El Sur 1944

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