miércoles, 20 de mayo de 2015

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Mayo de 2015



LA DAMA DE LA PULSERA ROJA

      El canil era un hervidero de ladridos, aullidos y verdaderos llamados lastimeros de los perros que se encontraban dentro de las numerosas jaulas. Había canes de todas las razas, portes y colores en un hacinamiento que conmovía a quien amara a los animales.
Unos se veían con su pelambrera sana y reluciente, mientras otros lucían el descuido de una vida callejera y solitaria, sin embargo en los ojitos de todos ellos se advertía una gota de esperanza, poder encontrar alguien que acariciara su cabeza, su lomo, o por último les brindara una mirada de ternura. De rato en rato, veían pasar personas que pasaban a reconocer a su mascota que había sido secuestrada por las autoridades de salud, en las redadas que cada cierto tiempo se llevaban a efecto en la ciudad.
      Ella era una lanuda pequeña, cuyos dueños nunca se hicieron presentes para rescatarla, pese a su raigambre de fineza, de raza poodle. Sus amos después de comprarla para un pequeño demonio con faldas, debieron marcharse a otra ciudad. No sin antes sufrir el pequeño animalito, todos los tormentos a que la sometió su pequeña dueña. Las tiradas de cola fueron males menores. Sus orejas supieron de los pinchazos que tuvo que soportar al pretender colocar los aros de su mamá en ellas y cuando a ella la castigaban por sus diabluras los mayores, la pequeña se desquitaba con “Lulú”, nombre que consideraba desde todo punto idiota, en esos momentos la tiraba de cabeza a la piscina helada, ya fuera invierno o verano, en un afán de descargar su odio en su pequeña mascota, a escondidas de sus papás. Aunque si ellos lo hubiesen sabido de poco habría servido, porque su presencia en ese hogar era un poquito más importante que un simple peluche, al que no se necesitaba darle cuerda ni ponerle pilas, porque era un ser vivo.
Así la vida de Lulú, se convirtió en un infierno que costaba soportar y ello se advertía en su piel plomiza y apelmazada, razón por la cual sería difícil que alguien quisiera adoptarla como mascota. Estaba resignada a morir, pronto le llegaría el turno de sentir un pinchazo y luego dormir, dormir profundamente, para no despertar más.
      Sin embargo, Lulú era aún joven  y en el fondo de su mente se encontraba el deseo de vivir, de ser apreciada por alguna familia a quienes ella podría serles fiel y cuidaría sus pertenencias con su vida. Pero ésto era sólo un anhelo tonto, antes de la partida. El día siguiente sabía que estaba programado la eliminación de ella y el grupo con quienes compartía la jaula.
      Esa noche durmió mal, cada cierto tiempo despertaba y trataba de acomodarse entre los cuerpos de los otros perros y luego de un largo rato en que pensaba y pensaba, lograba conciliar el sueño nuevamente.
      Muy temprano les dejaron un plato con abundante comida. Ella no quiso comer, no tenía apetito, ¿para qué?, si luego terminaría en un saco y directo al basural.
      Algo molestaba su pata derecha, era una lana roja que su pequeña y satánica ama le había amarrado, para tirar de ella cuando quería dejarla amarrada a una silla.
     
El veterinario, la tomó con delicadeza y la dejó encima de la mesa donde sacrificaron a sus compañeros de cautiverio. Al parecer ella era la última. Vio la gran jeringa y dentro de ella el líquido transparente que penetraría en su cuerpo. ¡No¡ ella no quería desaparecer en un inmundo vertedero de basura, pero ya no podía hacer nada para salvarse. Sin embargo, a lo mejor, podía intentarlo.
      Sacando fuerzas que no supo de dónde, dio un salto espectacular, por sobre el hombro del veterinario, y mordió de pasada una pierna del ayudante con sus afilados dientecillos. Corrió como el viento tratando de buscar un lugar para escapar. Justamente, en ese mismo instante, se abría la puerta  para dar paso a una persona que entraba a consultar algo, y casi no sintió el deslizar el pequeño cuerpo del animalito. Corrió, corrió, hasta caer desmayada en un pasaje, entre un jardín lleno de arbustos que se convirtieron en el escondite perfecto. Estaba cansada y sedienta, pero le convenía tomar un pequeño sueño y luego decidir donde esconderse para que no la volvieran a ese lugar horrible.
      Se quedó dormida entre el ramaje tupido de los arbustos y por primera vez sintió una paz que la hacía relajarse y sentirse cómoda, tanto que su sueño  fue profundo y reparador.
     
No supo cuánto tiempo durmió. No supo si ahora estaba soñando y lo anterior era su realidad o viceversa, sólo comprendió su estado cuando sintió la suavidad de las sábanas que la cubrían y las manos cariñosas de su madre, tocando su frente, ya más normal, después de soportar varios días de inconsciencia, luego del feroz golpe que sufriera al enredar sus piernas con su pequeña y querida mascota.
      Levantó su brazo derecho y vio su graciosa pulsera roja, que la convertía en una más del grupo de amigas que se dedicaban a amparar a los animalitos callejeros, para convertirlos en mascotas de amos preocupados y responsables. Una sonrisa iluminó su rostro al observar a su lanuda mascota que la miraba fijamente, desde un sillón cercano a su cama.

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