lunes, 23 de febrero de 2015

Marta Susana Díaz-Argentina/Febrero de 2015



BALDOSAS ROTAS


Tranquilícese joven, no tema -  me dijo el abogado la mañana de la primera entrevista.
Recién cumplidos los 18, yo era casi un niño luchando junto a mis compañeros de secundaria por el boleto estudiantil en la ciudad de  La Plata.
Mi padre me dio todo el apoyo, pero el profesional recomendó que me fuera a otro país.
Nos decidimos por España. Unos tíos de mi padre me darían alojamiento en su casa y podría trabajar en la fábrica de embutidos de la familia.
A los dos días, en una valija, amontoné los recuerdos de mi juventud partida en dos y  volé sobre océanos de pesadumbre y tristeza.
Pero, mi primer  amor había echado raíces fuertes.
Ella estaba en otra división y juntos militábamos  en las villas haciendo trabajos voluntarios.
La primera vez que hablamos, ella trastabilló con una baldosa rota. Se cayó y la ayudé a levantarse.
Al momento sentimos mutua atracción.
Nunca nos había sucedido algo así.
Se llamaba Mariana.
Varias pasiones teníamos en común: la política, la militancia, el rock, Almendra, Serú Girán  y el amor por los “Pincha Rata”
Aquel setiembre del 76 fue el más negro de mi vida. Y lo peor no había llegado aún.
Esa semana había viajado a  Córdoba
Por eso no fui uno más de los que arrancaron de sus casas con la promesa de que serían devueltos en pocas horas.
Mi vida en España fue terrible, no por el trato sino por la falta de noticias sobre mis amigos.
Permanentemente el pensamiento me llevaba a Mariana y  mis compañeros.
Fueron siete años de desolación.
Asilado en la fábrica de embutidos, entre tripas de chanchos,  sangre de cerdo y carne picada trataba de olvidar, pero la memoria era un boomerang.
No sólo el recuerdo me perseguía,  sino el remordimiento por no haber estado con ellos.
En el 83 volví y declaré en la Conadep.
Seis de mis compañeros nunca aparecieron. Entre ellos Mariana.
Los que volvieron relataron.
Habían sido torturados durante meses.
Ayer regresé a La Plata. Pasé por mi  viejo colegio. Me costó reconocerlo.
Trastabillando en mi memoria y en las baldosas rotas, la sentí a mi lado.

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