martes, 24 de febrero de 2015

Agustín Alfonso Rojas-Chile/Febrero de 2015



EL LLAVERO
“El pasado siempre vuelve”
           
Ingreso al medio día como pasajero al “Hotel Termas de Cacheuta”, a 50 kilómetros al suroeste de Mendoza, Argentina.
            En la mañana del día siguiente aún en cama, leo el periódico. A las nueve suena el teléfono. Dejo los lentes a un costado. Atiendo el llamado: -¡Aló!, número equivocado. -Los lentes han resbalado al piso, los recojo, junto a ellos encuentro un llavero. Está compuesto por una moneda antigua de plata de aquellas que circularon en Chile, en las décadas del 30 al 40 del siglo pasado. Está perforada y, a través del orificio, una rodela metálica abraza dos pequeños corazones, entre ellos, una llave de esas antiguas cuyo cabo tiene un orificio que se introduce en un vástago, éstas se usaban en chapas y candados de antaño. Además, una moneda de $500 de esta época, igualmente perforada.
            No llama mayormente mi atención este artilugio, lo entrego en Recepción. El conserje lo cuelga en el calzo de objetos perdidos. Al atardecer, al volver de las fuentes termales, compruebo que ya no está.
            Al tercer día, a la misma hora suena el teléfono. Contesto – silencio- alguien al otro extremo de la línea cuelga el aparato. Me apresto a recoger mis lentes que han rodado al piso, con asombro veo que el llavero otra vez está allí. Lo levanto, lo observo con mayor atención: la moneda de plata tiene muy claro el año de acuñación, 1933. En su anverso se observa una inscripción: “INEZ DE LAS ALTAS CUMBRES”. Intrigado lo vuelvo a Conserjería.
            Al cuarto día se repite lo que parece ser un rito. Suena el teléfono, nadie contesta, los lentes caen al piso. Al recogerlos, el llavero está ahí. Con turbación, casi con miedo, lo observo descubriendo nuevas inscripciones. La moneda de plata mantiene en su anverso y reverso la anotación descrita pero, los corazones ahora tienen color azulado, ayer eran de un tono cobrizo.
Al examinar la llave también observo una metáfora grabada en ella: “Esta llave abre tu corazón y el mío”. ¡Qué extraño! ¿Qué mensaje porta este llavero? ¿Qué tiene que ver con mi persona?
Todo es muy absurdo, no tengo noción de algún acontecimiento que me involucre con Inez ¿Será casualidad? Angustiado miro la moneda. Una suave brisa ondea la cortina del ventanal, en ese instante un tenue rayo de sol incide sobre el metal dejando visible un mensaje: “Tenía ocho años, me diste un beso en la mejilla. Prometiste amarme hasta el último día de tu vida…” ¿Qué es esto? ¿Si el mensaje es para mí, cuándo la besé? No recuerdo haberla conocido. Siento frío en todo mi cuerpo. El llavero me quema las manos, inconsciente lo aprieto en mi pecho. Fue como si realmente el corazón se abriera y en una rápida regresión vuelvo a mi ciudad natal, Vicuña.

            Es un “Viernes Santo”, mi abuela Rosa me ha llevado a la “Adoración del Santísimo”. Junto a nosotros una pequeña muchachita de ojos verdes, rubia, delgada, reza junto a su madre en un ambiente saturado de olor a incienso, con recogimiento y paz. Estoy embelesado. Me mira y sonríe. En un arrebato de niño acerco mis labios a su mejilla, algo le murmuro, no recuerdo que digo en ese instante. Un “moño” recoge la rubia cabellera, similar al peinado que luce su hermosa madre.

Retiro las manos de mi pecho. Absorto por la visión, reviso una vez más el llavero. Yo nací en 1932, la antigua moneda fue acuñada en 1933, aparentemente año de nacimiento de Inez. Ella tenía 8 años cuando aconteció aquello, es decir, 1941. ¡Éramos niños, solo niños!
            La inscripción de la llave se cumplió. Abrió mi corazón y seguramente el de ella dejando en evidencia la promesa de amor de dos pequeños infantes. A Inez jamás la volví a ver…
            Sin embargo, las sorpresas no terminan ahí. Al observar por enésima vez la moneda, detecto en ella una inscripción: “Habitación 35”. Pregunto al Administrador si hay una habitación con esa numeración. Responde que no, el incendio del 16 de Junio del año anterior, redujo a cenizas las habitaciones de la 30 a la 42. La mía es la 25.
            Con la intriga a flor de piel busco explicaciones. Todos los funcionarios del hotel rehúsan referirse al trágico suceso y desaparición de la enigmática y bella dama del departamento 35. En busca de antecedentes recurro al viejo jardinero, quien junto a su hija limpian de malezas las azucenas prontas a florecer: – ¡Sí, recuerdo a la señora! – Respondió - nunca hablé con ella pero, sí a diario, apoyada en la balaustrada que separa al Hotel de la ribera del río, contemplaba el pasar del tiempo escuchando el canto de las aguas al escurrir entre las rocas. Su vestimenta era tenue, como confeccionada de nubes - continúa el anciano, quien además de la jardinería gustaba escribir poemas. Luego del incendio, fueron removidos los escombros, pero su cuerpo no fue encontrado.
Me pide que le acompañe al taller donde guarda sus herramientas. Saca de un anaquel los restos quemados de la bitácora o libro de ingreso de los pasajeros, sólo se lee: “Habitación 35, Inez de…” ¡El fuego consumió su vida y su historia!

 Coloco el llavero en el altar de la capilla del lugar que venera a la “Virgen de los Nudos”. Me arrodillo ante la imagen, bajo la  mirada pidiendo perdón por aquella promesa incumplida. Tengo la esperanza que su alma descanse en paz. Levanto la vista, el llavero ya no está donde lo puse, al pie de la Virgen. Se ha esfumado…

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