sábado, 20 de septiembre de 2014

Nechi Dorado-Buenos Aires, Argentina/Septiembre de 2014

La mujer y el gato de Beatriz Palmieri


La única luz de la sala

El rugido del viento hacía pensar que algún demonio errante intentaba ingresar en la habitación descascarada, donde solos, una mujer y un gato color óxido,  compartían las horas de cada día y cada noche.
El lugar parecía encubrir  un extraño misterio, de hecho y con suerte aunque no se supo cómo, desde adentro de una alacena con puertas de madera despintada que colgaba de una bisagra apenas sostenida de la punta por un clavo  sobreviviente de una época que demostraba haber sido esplendorosa, aparecía algo capaz de saciar otro rugido: el de las tripas al chocar entre sí en el centro de las panzas del dúo devenido en espectro  luego del derrumbe de la economía familiar.
Algún grupo de ángeles gastronómicos de una orden de caridad benéfica,  oportunamente camuflada como para permanecer en la trinchera clandestina de la madera reseca, ponía al alcance de la mano de la mujer: paquetes de caldos vencidos, fideos exiliados de algún envoltorio  tomado por gorgojos,  o unos terrones de harina endurecida, salpicada de hongos, donde finas telarañas parecían custodiar lo que hasta tiempo atrás fuera el polvo delicado del almidón. Las tiritas frágiles, hamacas de los parásitos, parecían haber formado un alambrado de seguridad.
La mujer de historia venida a menos se sentía condenada a padecer el castigo de Tántalo*. Ella y su gato, mimetizados uno en el otro, presenciaban desde la penumbra el derrumbe de un pasado que alguna vez auguraba eternidad, gloria, triunfo.
  Vánitas vanitatum, et ómnia vánitas: ‘vanidad de vanidades y todo vanidad’,  solía ser la consigna finamente trabajada por la mujer frente a pilas de billetes acumulados a costa de lo que fuere,  durante sus años de vida útil.
El viento potenció su rugido, aquello parecido a un demonio avanzaba hacia la imagen en estado de descomposición acelerado. El gato arqueó el lomo,  afiló sus uñas y  lanzando un maullido que apagó la única luz de la sala,  se precipitó hacia la calle perdiéndose en el buche oscuro de la noche impresionante.
La mujer, haciendo uso de una varilla rescatada del piso  escribió sobre la superficie de una mesa antigua cubierta de polvo: «Tempus fugit, asicut nubes, quasi naves, velut umbra». El  se escapa como las nubes, como las naves, como las sombras.
La frase obtuvo la fuerza de un rito de despedida, quedando la mujer tendida de panza sobre el piso opaco de la casona añosa.
Afuera calmó el viento mientras el demonio se alejaba silbando.
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*Por despertar la ira de los dioses, el griego Tántalo fue castigado a vivir rodeado de árboles frutales y de un río de aguas cristalinas; sin embargo, cuando se acercaba para comer de los árboles o a beber del río, éstos se alejaban de él, obligándolo a padecer hambre y sed para toda la eternidad. Comparativamente se aplica para mencionar a esos que a pesar de tener todo al alcance de su mano no pueden acceder a eso.

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