miércoles, 23 de julio de 2014

Jorge Piñones Segovia-Chile/Julio de 2014

EL FURGÓN

            Aquel día se hallaban charlando animadamente, Fernando en la casa de su compadre Ricardo. De pronto desde el jardín se escucharon los gritos angustiosos de la esposa de Ricardo, advirtiendo que el furgón de Fernando, estacionado frente a su casa, estaba siendo robado.
            De inmediato ambos compadres se pusieron en acción corriendo hacia la calle, cuando el furgón silenciosamente era empujado por dos individuos jóvenes. Llevaban  unos cincuenta metros de distancia y muy poco demoraron en subirse y ponerlo en marcha, alejándose rápidamente. El intento de los compadres por alcanzarlo fue en vano.
            Desesperados, intentaron detener algún vehículo que se dirigiera en la misma dirección de los ladrones, pero no lo lograron, ninguno les prestó atención. De pronto hizo aparición un vehículo policial. De inmediato se detuvo ante las señas de los hombres. Una vez enterados de lo sucedido, invitaron a Fernando a subir al vehículo para perseguir a los ladrones.
            Muy veloz se desplazaba el vehículo policial, por el camino en pendiente del Barrio Miraflores. Fernando sólo pensaba en recuperar su vehículo, que tanto le había costado adquirir y además era su herramienta de trabajo. Por fin llegaron a la plaza y con gran alegría divisó el furgón detenido frente al semáforo, esperando el cambio de luces. Esta circunstancia les permitió darles alcance.
            -Allá está! - Gritó sin poder controlarse. Rápido el auto policial se dirigió en esa misma dirección e hizo el cambio de luces que indica detención inmediata. El furgón se detuvo.
            Tan pronto Fernando, tuvo frente a frente a los delincuentes, sintió muy fuerte un odio, como para castigarlos personalmente. Apenas pudo contenerse, ante la presencia de los carabineros que en ese momento procedían a esposarlos para llevarlos a la Unidad Policial. Dijo el oficial -Usted va en su vehículo para efectuar la denuncia correspondiente
            Todo fue muy rápido, tanto que no alcanzó a ver la cara de los antisociales. El vehículo policial ya había partido cuando Fernando subió a su furgón recuperado.
            Grande fue su sorpresa al ver aparecer de entre unos bultos, a su sobrino Guillermo, de quince años, uno de los hijos de una hermana viuda. El muchacho integraba esta banda de delincuentes adolescentes que se dedicaban a robar vehículos y luego de agotarle el combustible, los vendían a los reducidores de autos.

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