miércoles, 20 de noviembre de 2013

Rodolfo García-Colombia/Noviembre de 2013


LA MOLDEADORA DE CADÁVERES
“El hecho de ser arte es algo muy diferente de poseer valor artístico”
I. Podía moldear los dedos por la pared que le respiraba, abrirle algunas heridas con la pequeña navaja de abrir cartas, que siempre reposaba en la mesa de noche. El piso luego se quebraba y caía en un vacío, ella se aferraba a la puerta de salida como un gato en celo y sólo le quedaba esperar. Ella –ya fuera de peligro- comentaba que de su feroz batalla no quedaban indicios de piel, ni sangre, sólo esa partitura de respiración dificultosa que la acechaba desde niña.
La única que sabía de estos relatos era la señora Sofía, además del Divino Niño que vigilaba desde la desmantelada y proscrita cocina, que no servía de a mucho en su función de centinela espiritual.
¿A esta hija de dios qué le habrá pasado?, se preguntaba mientras movía al pasillo la maltratada mecedora y la ubicaba en el filo de las escaleras, para poder así fiscalizar la vida de los vecinos de su piso y el siguiente, que era el último.
La puerta totalmente abierta del 307 dejaba escapar las notas pegajosas de una voz del pasado, Gilbert Becaud. De allí también apareció una joven con una bolsa de medicinas.
- ¿Niña, dónde te habías metido?.
- Madre, ahora sus pastillas de Evadyne más …
- La Neosaldina para este martirio bendito, este martilleo en la cabeza. Vaya y termine sus cosas, que en media hora bajamos a misa.
- Si señora.
La mirada como siempre terminó bajando, mostrando un ángulo perfecto, que hacía emerger una bellísima mujer de ojos tristes y sueños sacrificados.
El conjunto residencial a esas horas crepusculares ocultaba su cansancio, las goteras, la pintura cuarteada de la fachada, menos la esperanza, la mala iluminación de los pasillos y las deudas del diario vivir. Siendo fin de semana, toda la protesta acallada mostraba su irreverencia con equipos de sonido a todo volumen, mientras las mujeres se consumían en el brillo de un televisor, esa caja vacía.
Al fin Doña Sofía se atrevió y decidió echarle una miradita al apartamento de Sandra, ya que tenía una copia de las llaves. Al verlo tan sucio tras tres días sin presencia, quiso poner algún orden.
El 306 no tenía muchas cosas, pero si bastantes elementos raros para la idea que tenía la señora sobre Sandra, que se resumía a ser masajista al otro lado de la ciudad. Una sala comedor bastante precaria, con una mesa de madera rosa y dos sillas metálicas, un florero sin flores, dos bastidores listos y en el piso regadas unas espátulas, dos paquetes de yeso, varios rollos de alambre de cobre, unas pesas, un frasco de alcohol y otro de trementina. La cocina era bastante sencilla con la protección del Divino Niño que le había regalado un 7 de Noviembre. La alcoba parecía el bastidor más grande de ensayos para Sandra y su pasado, dos afiches protegían su cama estilo Luis XV, eran Carlos Santana y los Dinosaurios del Rock. Así le habían enseñado Janeth y Sandra, ya que no era capaz de pronunciar “the rolling stones”, porque le parecía un nombre diabólico. Al lado de la cama, una mesa de noche saturada con una colección de búhos en cerámica, vidrio y madera, junto a su navaja pequeña de descifrar mensajes. Unos cuantos libros abajo, Un Paraíso Perdido, Los Cuentos de Canterbury y una Filosofía del tocador que escondían media botella de aguardiente.
Siete campanadas volando por el aire le interrumpieron su aseo voluntario y se apresuró a llamar a su niña, su hija de dieciocho años.
Antes de llegar a la iglesia, ambas pasaron por la tienda y Doña Sofía pidió lo mismo de siempre, una bolsa de leche, cuatro panes, un paquete de cigarrillos sin filtro y su paquete sellado. Janeth frunció el ceño porque tanto misterio no valía la pena, la lectura amarillista preferida de su madre cuando Janeth descansaba en las horas de la madrugada.
Ese domingo leyó un titular que le causó curiosidad:
“Tres distinguidas damas desaparecidas en el Sector de Chapinero en menos de un mes”.

II. El trayecto desde el centro de estética a la casa tomando la ruta del autobús correcta implicaba una hora y media, más Sandra gastaba dos horas y cuarto ya que tomaba una ruta delirante, que le daba un recorrido por varias zonas de tolerancia del centro, entre el caos del regresar a casa, semáforos inservibles, gente neurótica, algún atraco callejero, las prostitutas de ocasión y un teatrito de rostros, lo que disfrutaba de sobremanera.
Se ubicó en el puesto de atrás al lado de la ventana, se sentía entrañablemente sola aunque el bus estaba casi lleno y procedió a prender un Marlboro. Una adolescente que se sentó en el lado opuesto le llamó la atención y creyó reconocer a una de las vendedoras de flores, de la plaza cercana a su lugar de trabajo, era muy bella, unos ojos azules contaminados de necesidad, se parecía mucho a Janeth y a ella incluso, hace unos diez años.
El autobús ya circundaba por un sector de cemento y ruido, donde Sandra reconocía ciertos lugares como suyos, de su memoria más íntima, ciertos bares que le dieron a conocer sus fantasmas más recónditos. Ella parecía dentro de una inmensa barca surcada por extensiones de fuego y olvido, con pilotos de ira y enajenados que repartían sus discursos de sentencia sin pudor.
Desde aquí parezco protegida. Parecemos protegidos porque parecemos presos transportados de un miedo a otro. Allí, Deep Blues, no has cambiado, no has cambiado desde aquellos días cuando salíamos de clase de semiótica de la Imagen escapándonos con el profesor Alfredo para discutir sobre la obra de arte como obra abierta. Todavía se mantiene ese saxofón inserto dentro de una fachada azul rey perdida en su infinito, que rompe con la monotonía de la acera
Rivera, el dueño, un autodidacta que nos habla de que estuvo en conciertos de grandes músicos del rock cuando era joven. Lástima que el mito sólo se compruebe en su hecho de ser mito. A mí, él siempre me ha parecido un burgués decadente con sus tertulias de jueves por la noche, donde hablamos desde política hasta llegar al cine de Passolini, donde los profesores iban más por tomarse algunas cervezas y levantarse alguna alumna. Pero quien me abrió el discurso hacia la plástica, sin duda fue el dueño de Calison, que quedaba bajando media cuadra por el costado norte de Deep Blues, un bar para amantes de la salsa y el arte al tiempo.
El bus estaba detenido hacia casi un cuarto de hora y la dotación de cigarrillos había acabado, tocaba salir a buscar las provisiones.
Enamorarse es crear una religión cuyo dios es falible, es manejar una relación con nuestros rostros más nocturnos. En cuanto a ti, vida, pienso que eres la herencia de muchas muertes. En cuanto a ti, muerte, amargo abrazo mortal, es inútil que trates de asustarme. Llevo diecisiete meses compartiendo mi espacio con aquel centro de estética donde me hallo cubierta, alejada de lazos que me nublen y me pueda envenenar la sangre que crea, no paso al gimnasio, ni al salón de aeróbicos, ni comparto un café a la salida, ni participo de esas reuniones en las que se deciden esas lipoesculturas a la mente y al pasado de desesperadas mujeres y reservados hombres. Trato de envenenarme lo menos posible. Compraré algunas cosas para el apartamento.
La noche empezaba a poblar la ciudad. Sandra se entretenía en una librería, para luego pasar a saludar a sus viejos amigos. Cambiaron la música y el libreto de la noche lo marcó Ismael Miranda, Héctor Lavoe y Rubén Blades. La vida se centró en esa mesa, la que bordeaba la cabina de música. Ese lugar, esa silla, esa penumbra, eran de su propiedad.
- ¿Te consienten?
- Es mi casa.
- Me cuentan muchas historias tuyas.
- Flaca, de mí, con propiedad sólo pueden hablar este lugar, espacio para mis tormentas y mi chalet.
Salieron como a las cuatro de la mañana, para ella no existía restricción en su vida nocturna.

III. El taxi cobró lo mismo de otras veces. La entrada era vigilada por dos gárgolas de yeso y una luna llena de secretos. Sandra Luciana se adelantó al pequeño bar del chalet. Lo siguiente era colocar buena música, para la madrugada, Miles Davis.
La noche suscribía detalles sugestivos: Dos mariposas gigantes azules que coronaban el techo, una babélica biblioteca que acaparaba dos costados de la sala y rasguñaba el techo como jugando con la sabiduría del cielo. La vista lograda desde el chalet dominaba un bosque intrigante de pinos, alcanzaba a capturar las luces de la ciudad, atrapaba un par de casas campestres perdidas en el valle y cerraba sus ojos entre los accidentes de las montañas, que como sombras azulosas se entrelazaban en arábigos signos con el constelado cielo. El aire tenía un olor vegetal, ligero, concentraba una emoción rara.
La noche aguza los sentidos, ni los destruye ni los embota. La locura es llamada a escena. ¿Y por qué no?, la locura siempre ha acompañado a los grandes, ella permite recoger todas las sensaciones, invocar nuestros fantasmas, protegernos la soledad, alimentarla como el más refulgente tesoro.
Todas las noches hacen un llamado a la fatalidad y al arte, las almas se escriben para la historia flotando en esos dos extremos como Paolos y Francescas. El genio criminal a veces se ha intentado equiparar con el genio artístico, el genio místico a veces juega con el arte, en ocasiones los tres se fusionan y me permiten hablar. La fatalidad no debe ser ajena para la obra de arte, debe formar parte de sus elementos. Y la fatalidad pareciere mostrarse porque las miradas no pueden dar crédito de lo que pasa, sólo llegan a insinuar cosas, cuerpos, discursos. Los ojos hablan, seducen, construyen la escena mientras la música va creando una enredadera de presagios y los cuerpos van perdiendo peso, los saxos van tomando forma física y se integran a la charla mientras el whisky va alimentando el discurso de ambas. Varias lunas presenta la noche.
Sandra entendía que debía dominar la situación y se había quedado en lo alto del comedor lo que le permitía un cierto control sobre los movimientos de Eliana, que recostada en el sofá azul de la sala hojeaba un libro de pintura. Mientras el vaso de whisky jugaba en sus manos, pensaba en no precipitar los hechos, revestirlo de intenciones estéticas era fácil pero otra cosa era darle una valoración para la historia plástica.
- Entender que la soledad acompaña al arte no es difícil, pero un silencio extremo genera conflictos y dudas para mí. Y ese silencio se circunscribe por el mismo rigor del hacer artístico, el estudiar nuevas técnicas.
- ¿Y por qué dejaste de exponer?
- Nunca lo he dejado.
- Pero llevas tiempo en el anonimato.
- El silencio no conlleva una ausencia, mi silencio está denso de voces que por secreto profesional no debo dejar al descubierto.
- ¿Me dejarías conocer tu obra?
- Quien conoce mi obra se ennoblece o se muere – y le mandó un beso.
- Creo que no es para temer.
- Pienso lo mismo.
- Me retas con todo lo que tienes a las manos.
- Mi próxima exposición tendrá cuatro obras.
La noche se protegía con su red de informantes y el tiempo parecía ajeno para Sandra y Eliana, quien se sentía seducida por el vuelo azul de las mariposas y la mariposilla que reposaba en la espalda pecosa de Sandra que buscaba afanosamente la novela de José Asunción Silva y cuando la contuvo en sus manos, separó un fragmento que creyó conveniente.
- Léelo – y rodeándola con los brazos le retiro la chaqueta verde militar.
- “¿Loco?… ¿y por qué no? Así murió Baudelaire, el más grande para los verdaderos letrados, de los poetas de los últimos cincuenta años, así murió Maupassant, sintiendo crecer alrededor de su espíritu la noche y reclamando sus ideas …! Por qué no has de morir así, pobre degenerado, que abusaste de todo, que soñaste con dominar el arte, con poseer la ciencia, y con agotar todas las copas en que brinda la vida las embriagueces supremas!”.
- ¿Te gusta? Creo que te gusta. Mírame … lo que te quiero señalar es muy sencillo y busca responder tus interrogantes sobre mi vida al arte. Todo movimiento debe estar pleno del rigor y la pasión necesarias, cada marca se debe hacer entregando todo, como si conociésemos que la muerte nos llega y es nuestro último movimiento sinfónico sobre la memoria de los otros, que dan autoridad a nuestro existir.
- “Por eso es mi aldea tan grande como cualquier otra tierra porque yo soy del tamaño de lo que veo y no del tamaño de mi estatura”
- Te ganaste un premio.
Imágenes inconexas, recuerdos temblorosos surcaron los ojos de la artista, pensó en otra oportunidad, pensó en tantas cosas, Eliana la desnudaba de cualquier tabú, era extremadamente flaca y esa blusa tejida de transparencias y notas sensuales mataba al destino.
Se acercó a ella y empezó a darle un masaje en la espalda, se quitó la blusa sin mayor ceremonia, lo que conmocionó el siguiente paso para Sandra. Luego, un beso más bien frío. Unas manos atrapadas en el calor del lenguaje de dos cuerpos frescos. Cuerpos destrozando mundos, ángeles que negaban al tiempo.
- Llévame a tu taller.
- Lo que desees.
Silencios de mirada. Un retrato que cae. Dos besos rápidos. Dos inmensas mariposas en descenso. Un saxofón con sordina irrumpiendo en forma tierna ante las sombras de la noche, dejando las palabras al vuelo, sin significado.
El pasillo marcaba una especie de viaje abisal, a expurgar pecados, reencontrar pretextos, en cada pared, los guardianes místicos, Pablo, Salvador y Andrea. Un fondo a media luz acompañaba ya el frío de la madrugada.
Sandra pensó en la otra, que reflejaba ésta, con el largo imposible de sus pestañas que terminaban en palabras y silencios, de pronto una daga damasquinada llegó al cuello de Eliana antes que el taller hubiera terminado de abrir sus fauces, una espesa gasa de percepciones dejarían las palabras inaudibles y a Sandra Luciana con toda su libertad.


IV. Destrozar el potencial líquido de cada cuerpo. Quitarle las impurezas para que pueda cumplir aún su función estética, convertirme en una cirujano que borre el cuerpo muerto y me deje una figura para moldear, una obra que grite, que sepa concederse su inmortalidad. El artista es un cirujano de sensaciones, una mala incisión y pierdo el paciente, pierdo una posible obra.
Debo trabajar, condicionar la temperatura del taller, secarle la sangre del cuello, llevarla a su cubículo, proceder con una hidrotomía y darle la posición adecuada antes de que la muerte me lo impida. Unas pequeñas incisiones abdominales para retirar la corrupción a esta escultura, a esta Medea, sí, será Medea, con sus rizos negros de serpiente y su sexo políglota, por fin encadenados a esta cruz. Ahora dejar que la ciencia se incumba con el arte; que estas bacterias, viajeras italianas, destrocen el potencial líquido de mi nueva Medea. Un poco de cal y en este cubículo de vidrio estará protegida su única gloria. Tres meses necesito.
Sólo tres personas acompañaban a la señora que deliraba, un mal nerviosos terminal, su fallecimiento era cuestión de tiempo; lo más triste era el brillo de libertad de aquellos ojos azules, a cambio de la soledad, si la abandonaba su auriga accidental de existencia.
Has cumplido, las inyecciones quincenales de formol te han dado más brillo, la estructura que le dará voz a mi obra artística es una ausencia, cada signo está lleno de ausencias. Sólo falta mi beso para que se cumpla tu vuelo; la vestidura, la mascarada. La historia, no se construye sobre cadáveres, pero quizá, en parte, la obra artística.
Mirarla producía escalofrío, en dos meses había envejecido varios siglos. La religión la había matado o quizá una gran verdad. Janeth no comprendía el significado de esas últimas palabras: “en sus manos yace la muerte y quizá la vida”.
Tres infelices investigadores observaban la caída de la tarde desde el quinto piso de la Fiscalía. Los cafés yacían fríos y la ignorancia caminaba esquivando los espirales de humo. Pierrot, Arlequín y Colombina. Mientras tanto, al frente del edificio, el alcalde de la localidad inauguraba el parque de la Justicia, donde una náyade intentaba escapar a su destino, pero estaba atada a una cruz.

V. Sus ojos parecían inquietos, se devoraban el lugar y buscaban herir la mirada morbosa del que atendía la barra. Un dolor profundo y una incurable nostalgia se desprendía de todo su cuerpo, ante la carta sellada de mariposas azules, que significaba un reencuentro y una entrega, un estado de inconsciencia y una ceremonia ajena. Los platos de pasta estaban esperando con una botella de jerez. Una deliciosa perversión se desmadejaba entre las yemas de sus dedos que reconocerían el perfume de Sandra lo lejos, la historia que sus ojos azules soñaban en secreto.

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