martes, 23 de julio de 2013

Nélida Beatriz Hualde-Buenos Aires, Argentina/Julio de 2013

María


            María corre por la calle bordeada de casas simples, breves, incompletas. Una de ellas es la suya. Su casa, que construyó con su marido Antonio.
            Antonio ya murió; una fiebre lo consumió en una semana. Ella estuvo cuidándolo, poniéndolo compresas frías pero la fiebre lo absorbió y aquí quedó ella, María, su María, en la casa vacía. A ratos llora, cuando ve la cama desocupada, la palangana sin agua, las toallas secas. No entiende haber pasado por este trance, que así, de pronto su vida haya cambiado.
            Y sale a la calle. No hay vecinos. No la acompaña nadie. ¿Gritar? Nadie la escucha. Está sola. ¿Golpear? ¿Qué puerta? ¿Qué dirá? Ella solo sabe mirar. Y aquí adentro en cada casa hay silencios. Silencios mudos, que no consuelan. María no tiene horizontes por eso no se anima a levantar los ojos del suelo. Está ciega y muda.
            Cuando ahora, justamente, oye una voz pequeña que viene de allá arriba y hasta ve una forma conocida que le señala el cielo. ¿Es que acaso espera una respuesta? No, no hay enlace con Dios. Ni con los otros y el rezo desesperado no es más que un gesto. Silencio. Sólo silencio. Esa es la respuesta. Y sigue así…
            María tiene frío.

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