miércoles, 23 de mayo de 2012

Rosa Esther Moro-Buenos Aires, Argentina/Mayo de 2012




Batigirl


Bajo el tinglado entre trastos, se acomodó.
Allí en los días de lluvia, o cuando el sol arrecia, se cobijan vacas y perros.
El lugar huele a estiércol y a tierra quieta.
Era su lugar y el de los murciélagos que duermen arracimados con los ojos abiertos. Se queda allí hasta la hora en que despiertan, cuando la noche y un andar triste atraviesan el campo.
Se ve  a través de troncos separados, improvisadas paredes, el sendero que lleva a la casa. El regreso del hombre y el estado de cordura en el que llega.
 No quería toparse con él ni con el andar autómata de su madre.
Solo volvió a  ver una  expresión, expresión de espanto, en su rostro desacomodado por los golpes, la otra tarde cuando el hombre la toqueteó con sus manos preñadas de brutalidad.
En la penumbra fresca,  a pesar de los rayos del sol que golpean la chapa, observa  a los murciélagos. Son sus amigos, ella se entiende con ellos en ese duermevela y  pide   un bello vestido   de murciélago. Desea ser como ellos, silenciosos cazadores de la noche, bebedores de pequeñas gotas de sangre a los dormidos animales del campo.
Un vestido de piel de murciélago para transformarse en una batigirl, para encontrar a  Batman en la fiesta de la escuela del sábado y con él vencer al hombre malo y limpiar la casa y  el campo, de terror, lágrimas y sombras y traer a su padre de aquel zanjón del desaguadero donde quedó con los ojos helados mirando el cielo, sobre la tierra enrojecida con su vida, pero Batman esta lejos, muy lejos en ciudad Gótica y no sabe de  ella.

Se quedó dormida;  despertó sintiendo el andar triste de la sombra sobre el campo. Una vaca a lo lejos muge, y el rumor imperceptible del aleteo de los murciélagos que se aprestan a dejar el tinglado.
Los ruidos del silencio se aprietan en la nada con los gritos desesperados de su madre. La mujer donde ese hombre desaloja su oscuro resentimiento.
Entonces se reconoce vestida con un espectacular traje de piel de murciélago, manos con filosas uñas, mientras se le ajusta al rostro una capucha que solo deja al descubierto sus ojos.
Al extender los brazos y las esbeltas manos, alas como una enorme capa que la impulsan hacia arriba.
  De un salto llegó a  la casa.

2 comentarios:

Marta Susana Díaz dijo...

El cuento, además de parecerme hermoso, me impresionó.
Y me dejó pensando, que debe ser el fin que buscan los relatos...
¡Muy bueno!

mario dijo...

a veces pasa eso, ¿no?, nos inventamos personajes, situaciones, lugares, y hacemos lo posible por creernos nuestras propias mentiras,
muy buen relato, Esther, felicitaciones,