lunes, 19 de marzo de 2012

Gastón Segura-Madrid, España/Marzo de 2012


Ilusiones y desengaños


Hace un par de semanas y revolviendo por los cajones del escritorio, encontré la invitación a la fiesta donde nos conocimos y desde donde salimos para esta casa, de la que nunca, hasta hoy, he pensado en sacar, sino en meter a trozos mi biografía. Y de esa fiesta y esa noche hacía ayer exactamente un año: “algo digno de celebrarse”, me dije con una silenciosa ilusión. Pero, qué casualidad, también ayer debía de llevar el auto al concesionario para que le hiciesen una revisión general.
Normalmente, lo hace ella que para eso es suyo, pero como se encontraba de nuevo en Varsovia, ya me tienen allí, aguardando en una sala de espera a que un tipo con gafas, bata de un blanco impoluto y apellidos plastificados en el pecho viniera a darme el diagnóstico. Entretanto, me fui poniendo al día de las bodas del mes, de algún que otro interior hogareño de puro empalago y de las confidencias de una distinguida damisela que, corta de cuartos y ávida de protagonismo, acababa de sacar a subasta las impudicias de su familia y… Apareció el sujeto con que al coche no le pasaba nada que nos supiera ya “la señora”. Y con “la señora” para arriba y para bajo continuó hasta arruinarme el último gramo de virilidad, momento elegido para que firmase el conforme y “adiós muy buenas y saludos a la señora”.
—De su parte, caballero —fue cuanto pude morder antes de encender el contacto bufando maldiciones.
En cuanto me rehice calculando cuál sería la hora más oportuna para anunciarle el aniversario y escuchar la mar divertido como su vanidad se disfrazaba de coqueta indiferencia, sonó el teléfono. Era Octavio proponiéndome que lo acompañara al Matadero, para ayudar a Enrique Cavestany a montar su exposición. No pude negarme, naturalmente. Y en eso y en las cervecitas de festejo por la provechosa tarea pasé la tarde hasta que regresé a casa, con la noche ya abatida sobre Madrid y el teléfono clamando desde la puerta del ascensor.
—¿Por qué jadeas?
—Por el carrerón para alcanzar tu llamada —le respondí, e iba a proseguir con lo divertido que lo había pasado donde Enrique, cuando me interrumpió:
—¿No tienes algo importante que decirme? —Las entrañas me dieron un vuelco y me quedé absolutamente en vilo pensando que también ella se había acordado del aniversario, cuando me preguntó:— Pero, hombre, ¿qué te han dicho del coche?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno tu relato Gastón, no siempre sucede lo que uno espera no??

Siempre con una linda manera de contar y con delicado humor, en tus historias.

beso Josefina