jueves, 11 de agosto de 2011

Eduardo Scialaba-Buenos Aires, Argentina/Julio de 2011, soporte papel

El vuelo (relato)

El café estaba muy bueno, mientras lo saboreaba se presentó en mi mente el recuerdo de mi primer vuelo en avioneta.
Tenía entonces alrededor de veinte años, un compañero de trabajo que poseía el brevet de paracaidista nos invitó a todo el grupo de compañeros al aeródromo para presenciar su lanzamiento.
La aventura de ver a los aviones de cerca me fascinaba y me anexé al grupo.
No se olviden que soy el  tercero que me lanzo y si no aterrizo en el círculo fijado pagaré los gastos del almuerzo (dijo con la humildad  que lo caracterizaba).
El avión partió hasta tomar la altura necesaria, de pronto, como un puntito en el firmamento, se lanzó el primero, seguidamente, abriendo su paracaídas de intensos colores, el tercero (nuestro compañero) bajaba vertiginosamente, la emoción nos embargaba a caudales, cada segundo la silueta se hacía más grande, después de persignarnos y con un tremendo susto en el estómago, se abrió...
No sé si fue a menos de cien metros del suelo o menos.
Pero lo que sí sabía, al verlo entero de nuevo y después de saborear con satisfacción mi comida gratis, que cayó en una plantación de tomates, como a tres cuadras del círculo fijado, corriendo rápidamente atrás un viejo italiano con una azada en las manos, las risas se me cortaron cuando las chanzas comenzaron a venir para mi lado, no les di trascendencia, acepté la invitación a volar, de bautismo como le dicen, con tanta indiferencia, que pasó desapercibido, el terror que me producía de sólo pensarlo.
En verdad, creo que mi glándula pituitaria no daba abasto, trabajando a todo ritmo, produciendo la adrenalina necesaria, para regular los latidos del corazón.
El aroma a aventura y las ansias de volar, vencieron al miedo de estar sentado a mil metros de altura…. ¡y me animé! …. la hora había llegado, al subir me esforcé todo lo que pude para que no se notara el crujir de mis piernas, ¡pero lo logré!...
Me ayudaron a atarme el cinturón de seguridad, y después de tantas tribulaciones, cerraron la puerta que daba de mi lado, por supuesto ya no podía volverme atrás...
Carreteamos a la cabecera de la pista para despegar, esperamos que aterrizaran otros colegas, de la torre de mando nos dieron la señal de pista libre, y ¡allí estábamos!....
El piloto controló todos los mandos, aceleró todas las revoluciones del motor y largó los frenos… ¡milagro!... en cuestión de segundos estábamos en el aire….. la palpitación se me fue amortiguando, el susto se alejaba a mis espaldas, mientras me explicaban como funcionaban los mandos y no sé qué otras cosas, me daba igual, era como si escuchara la radio, estaba tan asombrado del espectáculo que presenciaba, y al verme protagonista del mismo, ¡pasé de ratoncito de la india a sentirme el tigre de la malasia!.
Jamás olvidaré ese momento, el azul diáfano del cielo, contrastando con los colores de la naturaleza, que a vuelo de pájaro se contemplan con tanta intensidad.
            A medida que tomábamos altura el paisaje se iba achicando, las casas parecían de juguete, con techos de variados colores junto a las árboles que las rodeaban, los campos arados, parecían los cuadritos de un rompecabezas, contrastando con los ya sembrados de variados tonos de verde.
            Las carreteras parecían cintas plateadas que adornaban el paisaje.
            Los vehículos se veían tan minúsculos que me motivaban una sonrisa,… ¡qué espectáculo tan maravilloso! Cuando aterrizamos me sentí el más valeroso gladiador de la historia, desde ya ni les cuento como miré de reojo a los que esperaban turno para hacer  lo mismo que yo.
            Pero en verdad fue una experiencia extraordinaria.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Eduardo!!! que bueno fue tu debut en avioneta, lindo relato y muy bien contado.

te agradezco Eduardo compartirlo

Beso Josefina

Anónimo dijo...

Eduardo una vez más me encantan sus cue tos y relatos. Siga escribiendo y publicando. Lo felicito.
Beatriz Pozzi