sábado, 25 de junio de 2011

Simón S. Esain-Buenos Aires, Argentina/Junio de 2011

EPÍLOGO de Simón S. Esain para “Leo y escribo” de Rolando Revagliatti
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Escribo sobre  ‘LEO Y ESCRIBO’


                                                                     Previatura

    Comienza con una confesión. Sigue con otra. Revagliatti hermanado; tierno pero no esquelético; de una manera esquelética y tierna, lo confiesa al señor Pickwick. Tanto, que el diablo helado es destinatario. Todo, todo consta en los papeles de Revagliatti. De cada cual tiene anotado; de tanto en tanto se hace preguntas que son como pájaros; no están lejos de un nido.
     En la ciudad absorben la paradoja de que la materia libre viva sin estar muy atenta o sujeta al devenir de sus prisioneros. Batallones de uniformados por la neurosis se encargan de la conservación de edificios y vías públicas. Que la ciudad se pone en marcha no es metáfora. Su ambiente es literario por inevitable. Tarde o temprano pasa por las páginas de un texto. Aun sin sospecharlo, cualquiera es un personaje.
     Revagliatti lo ha sospechado de todos y trama probarlo. Arma otra mundana ciudad literaria con similares características a las de la ciudad real. Y sucede como si todos supiésemos que aquella ciudad también funciona.
     Revagliatti le escribe motivos, anécdotas, contradicciones, argumentos, sin recurrir a la epístola o al servicio de correos. Les da cuerda a sus habitantes; nos hace sentir que los palmea; los distribuye. Ni Parque Norte, ni Parque Chas, ni parque cerrado ni para cuando. Parque portátil.
     Hace decir a Borges: Nadie es un energúmeno; todos lo somos.
     Como Buenos Aires, la urbanidad de Revagliatti crece. Se amplía y eleva. RR es el demandado intendente de este crecer.
      Todo el mundo tiene algo de Buenos Aires a partir de ahora. Ese país, ese compás.
      Tanto, que me lleva a preguntarme ¿por qué no le habrá dedicado un poema a “Los Premios”?, de un tal Cortázar.
      - Me asaltó tu ciudadanía – le dice a Norah Lange – Para los cronistas este mapa gentil –
      Algo que catan los huesos de un porteño. Está Discépolo en la esquina. Esto lo dice todo.
     …¡Ah! “Noches de las cosas, mitad del mundo” es, para mí, el mejor de estos poemas. Sugestivamente lo es, para mí.


                                                                         Epílogo

     Si Revagliatti se ha propuesto escribir algunas frases e ideas favorecidas por la lectura de ciertos libros no tengo nada que decir. Sobre todo de una lista tan heterogénea como la compuesta. Prefiero pensar que ha intentado otra cosa. ¿Dónde se para uno, cómo se ubica de cara a libros escritos, publicados y leídos, de la variedad de autores aquí reunida? Lo hace como puede, porque se lo plantea como un ejercicio personal.
     ¿Por qué digo esto? Porque los libros ajenos le arman semejante escenario para su condición de duende. Prefiero pensar que  Revagliatti se ha buscado un comportamiento antes que otra cosa. Se pone calzas oscuras, algo en la cabeza, y concita seriedad. Sólo seriedad, y profesional. Ojo.
     A este nuevo emprendimiento suyo, me pregunto: ¿Lo habrá iniciado a partir de unos cuantos buenos poemas, o de algunos poemas de su maldad?
     Revagliatti me pone hiperbólico. Me puede. Me antipodoyea.
     Si suponemos que una biblioteca universal es algo parecido al cosmos, Revagliatti le ha devuelto el caos.
     He distinguido un modo a partir del oportunismo de sus lecturas, al que agrega fácilmente el capricho de su plectro. Este es su estilete. Corta para ver como le sangra. Sabemos que RR es un cirujano frustrado que empezó a practicar con una amiguita, y se distrajo. Como no hubiera podido ser de otro modo. El afanoso escalpelo es su herramienta favorita. Sueña con hacernos un tajo desde la garganta hasta debajo del ombligo y ver cómo se vuelve afuera lo de adentro. Tajos aquí y allá para ver como sangra el universo que supimos brindarle. Debemos agradecerlo.
     Niño terrible; he aquí el universo concéntrico de Revagliatti. Una persona de pie, esperando con algunas de sus tripas en la mano. Otras, tal cual ella, hasta donde la vista alcanza, completan el panorama.
     Es uno de los libros. Un libro que cabe en otro. Este otro contiene un panorama de personas de pie, en espera, con puñados de tripas tibias en sus manos, etc. En opinión de Revagliatti la gente no necesita morir. Todos somos como prototipos de escritor célebre. No necesitamos de la muerte y por tanto nos resistimos a ella con nuestras evidencias. Lo mismo pasa con los libros. Un tajo aquí, un tajito allá y algún velo  le descorren a la inmortalidad.
     Como no podía ser de otro modo, la avaricia que le pertenece no se priva de nada. En un mismo plato hace coincidir vivos y muertos, talantes y talentos, ausencias y presencias. Ahora se ha servido una ración y le ha puesto aceite, y al aceite vinagre.
     Creo que se ha preguntado: Si picar ¿por qué no rascar? Si sentir ¿por qué no devolver? Si leer ¿por qué no morder? Y le ha salido esta caótica para la calle Méjico.
     ( - Buenos días, don Leopoldo. Don Jorge, buenos días - )
     Es que él siempre se coloca más allá. ¡Lo pickwickea a Dickens! ¡Cómo puede ser! ¡Cómo no sentirse ultratentado a ponernos más acá de Revagliatti! Si el único asiento que te deja es a su izquierda. Se coloca detrás de la obra publicada por el autor, que ha quedado como al desnudo imposible después de ponerse detrás de nosotros. Le arranca las tapas, que es como mirar desde la tramoya. Al autor no lo destituye, ¡lo destitula! ¡Lo acomete de entrada! ¡Fijensé! A ese cubo transparente pretende empinarse y asomarse. ¿Para? No para sorprenderse ni soñarlo. ¡Para sorprendernos!
      Si la culpa produce conciencia ¿por qué no sentirnos culpables de que hayamos escrito o de que seamos escribidos?
      En este trabajo Revagliatti ha jugado a que es posible. Como le quedamos desnudos y de espaldas, nos caricaturiza. Es inevitable que le salga. O le sale a él o le sale al otro, que es el juego que más le gusta.
     Y ya no puede taparse lo destapado. Yo le preguntaría a Dickens si no se sentiría.
      Escrita y publicada, cada obra ha pasado a resultar una pilita de ropas que el empinado Revagliatti pisa, enumera o glosa de acuerdo a la luz que entre en la habitación. Es capaz de tentarse con nuestros calzoncillos para hacerse de un título.
      Para disimular se muestra frío por donde lo miremos. Impávido. Lo dice y lo hace, necesariamente. Él no ríe de las caricaturas. En el peor de los casos agregaría una fotografía de su seriedad porque le pertinentea al que está detrás del que está detrás del que está detrás. Y que no se ve, ni se ve ni se ve.


                                                          Conclusión del epílogo:

      ¡Ah, no! ¡Las Meninas, no! ¡Detrás estás ti, no tú! ¿Entendés?
      Lo que nosotros diríamos ¡Vos! ¡Vos!
      Yo sabía jugar a ‘la mancha’. ¡Piedra libre para Revagliatti!












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