lunes, 23 de mayo de 2011

Juan Carlos Vecchi-Olavarría, Provincia de Buenos Aires, Argentina/Mayo de 2011


EL PEZ POR LA BOCA MUERE...

                  A Hbueno...

    SIGLO IV a.C.

A la hora de la siesta, como cosa de todos los días cuando no cae el
argavieso, Sócrates, matiza la modorra que precede a la siestonga pensando.
Piensa a la sombra de una de las estatuas del patio del pensionado de
ilustres pensadores, la denominada Diosa Atenas, sita junto a la medianera
del fondo, entre los yuyos y los tacos de reina. Sin motivo aparente y sin
saberlo, Sócrates, en pocos minutos más se convertirá en el primer filósofo
en filosofar de manera consciente de sí misma y sabedora de los métodos que
emplea. Sócrates se dispone a crear la conocida y nunca bien ponderada
mayéutica. La interrogación. En cinco minutos más, tengan paciencia,
Sócrates, le preguntará a todo aquello que se mueva: "¿Qué es ésto?, ¿qué es
aquello?". Incluso, a la pregunta: "¿qué hora es, Don Sócrates?"; él
contestará: "¿qué es las ocho y cuarto?". Su interlocutor insistirá
diciéndole: "Pero, Don Sócrates, me extraña viniendo de Ud.; no se dice es
las...". A lo que el gran filósofo responderá: "¿qué es Don Sócrates?".
Finalmente, este hombre partirá raudo y ofuscado por la actitud del
pensador, exclamando: "¡agarrá la pala alguna vez, Sócrates!". A lo cual,
Sócrates, insistirà: "¿qué es una pala?. ¡Chit!. ¡Hombre alterado, dime tú,
oh & ah!".
Pasaron ya cuatro minutos y medio: Sócrates se calza las benditas sandalias
de pescador de ideas y sale de su casa, decidido a definir y a llegar a la
esencia de cualquier concepto que aparece como un fantasma imaginario en su
mente. Camina hasta la plaza pública de Atenas y a todo el que pasa delante
de él lo llama y le pregunta: "¿Qué es esto?".
Así, por ejemplo, en un primer momento se le cruza un gato negro gordo de oscuro andar perpendicular al agobiado paso del gran
pensador gran.
- Gato, que eres muy gordo... ¿qué es esto? -le pregunta  mientras le
muestra una pata de conejo.
- Una pata de conejo, Don Sócrates -contesta el gato de negrura obesa sin
detener su andar peludo.
Un rato después, Sócrates, ve a un mendigo que se dispone a dormir la siesta
recostado sobre uno de los bancos de la plaza. Se ha tapado con varios
pergaminos con noticias de la semana pasada y alguna que otra plancha de
telgopor que en otrora era muy popular en Grecia a la hora de hacer rechinar
los dientes, pizarròn mediante.
- ¿Qué es la pobreza, mendigo? -le pregunta el filósofo, quien acostumbraba
a desenfocarse de la realidad cada  14 baldosas cuando salìa a tomar aire.
- Tu vergüenza, filoso- fo Sócrates -le contesta el hombre ubicándolo en su merecida baldosa.
Al escuchar estas palabras, Sòcrates, deja caer varias monedas de oro sobre
una de las manos abiertas del mendigo y luego sigue su caminata silbando
para no sentirse tan miserable.
Otro ratón que pasa (pero al tiempo de cola corta o larga, Sócrates nunca se animó a preguntarle nada),
 y ahora el ilustre pensador se encuentra con una mujer ultra- experimentada
de la calle, quien todos los días y en la misma esquina de la plaza, ofrece su maravillosa anque costosa anatomía.
- ¿Qué es el sexo, mujer? -le pregunta Sócrates.
- Es algo que tú nunca conocerás, querido Sócrates -le responde la hermosa
mujer y luego agrega para aumentar su dura economía-. De no ser que me entregues
ipsu facto tres monedillas de oro. Es más, tengo en mi cartera helènica ya
la toalla y un par de caramelos de peperina.
Dos horas después, Sócrates, regresa a la misma plaza caminando mucho más liviano de tensiones internas desde el motel más
cercano y se encuentra, ¡oh, ironía del desatino!, con su verdugo.
- ¿Qué es ésto, verdugo? -le pregunta el filósofo mientras sostiene un
pequeño recipiente de madera con ambas manos.
- Cicuta -sentencia el verdugo y agrega-, tómeselo todo, Don
Sócrates, hasta la última gotita. Dicen que es bueno para la circulación...
de la gente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno Juan!!como no podía ser de otra manera.
Un cariño grande.
Cristina.