domingo, 20 de febrero de 2011

Rogelio Guedea-México/Febrero de 2011

Aeropuerto de Osaka

Cuando hay nubarrones en la telita que recubre los ojos, no es difícil que la mirada pueda ver un montón de cuerpos mutilados donde en realidad hay un oasis.  Como siempre, entonces, la realidad depende del cristal con que se mira, de ahí que no sea siempre –la realidad- eso que tú quieres creer. Es importante, por tanto, ejercitarte en esto: cuando el mundo se te agolpe negro, cruel, un mero páramo sin futuro, no olvides que, en ese mismo instante, y quizá justo al lado tuyo, una pareja de enamorados lo está poblando de árboles azules y bahías llenas de gaviotas. Digo esto porque en la mañana, aquí mismo sentado en la sala de espera del aeropuerto de Osaka, todo este mundanal de gente me daba la sensación de caos, de vacuidad, y me preguntaba qué hace tanta gente, cuál será su sentido de ir y venir entre tanta gente también, por qué los siento tan prescindibles y accesorios, preguntas que acompañaba la angustia y la desesperación. Hoy, sin embargo, que he vuelto al mismo lugar me he encontrado con el mismo mundanal de gente entrando y saliendo a las puertas de embarque, pero, por una razón extraña, estoy alegre de ver sus rostros, alegre de mirarlos ir y veir, me digo qué bueno que todos viven, y todos tienen celulares y seguramente un trabajo, y si no lo tienen, seguramente no les faltará nunca pan y agua para vivir, quisiera fundirme en todos y abrazarlos, invitarlos a casa, a todos, y brindar por la vida que, como Dios, aprieta pero no ahorca. Pareciera que era yo como dos hombres, dos seres distintos habitándome, empujándose entre las nervaduras de mi sangre, incómodos el uno del otro, antípodas. Y ahora que he vuelto al cuarto de hotel, me digo: ¿cuál de los tres es el verdadero: el de la mañana, el de la tarde, o éste que, en silencio, los observa siempre desde el rincón de sombras?

1 comentario:

Anónimo dijo...

me gustó mucho, ese diario trajinar
delas personas, que a veces no se detienen a pensar en si mismos.
Anahí Duzevich Bezoz