sábado, 24 de julio de 2010

Jacinto Amado-Buenos Aires, Argentina/Julio de 2010


De las almas vivas  o de la transmigración

Estoy muerto, pero me recuerdo vivo a través de las  imágines que el alma proyecta sobre mi futura vida.
Reconozco mi grotesco andar por el nuevo mundo.
Esto de ser cordero no estaba en mis planes.
Sin embargo no me sienta mal esta nueva piel.
Pastoreo y me echo a contemplar desde mis gigantescos ojos.
Veo todo más a ras de la tierra. Pienso y siento como cordero.
 Recuerdo aquella triste noche de la esquila y la matanza, para que los hombres vivan.
Giro mi enorme cabeza, brinco, como por arte de magia  ya estoy en la trinchera.
Soy aquél soldado herido que jugó su vida en la guerra muerta.
Perdida la batalla fue recogido como escombro en la tierra santa. Maté  y me mataron.
 Murieron todos los sentimientos. Yo fui cómplice de lo increíble, de las consecuencias.
 Estoy en el horno.  Aguardo expiar mis culpas.
 Soy aquella fuerza enérgica que con palabras de aliento salvó la vida de Juan, el suicida, que agotada su impaciencia, creyó no tener causa alguna para seguir viviendo.
 ¡No te mates!  ¡No te tires!   Le grité. ¡No te salves y me dejes solo!
El me escuchó y me tendió su mano
Soy esa mano rugosa, desesperada, que se estrecha con otras generosas.
Esas manos me maravillan, escriben,  anuncian que transmigró al alma de un poeta.
Soy la pluma que transformó el poema con esa denuncia de la luna oculta bajo el agua para no despertar al calor del sol.
Soy una sombra que llora al pie de la piedra, la muerte de su padre.
Y  esa irreflexión,  esa armoniosa síncopa de la irreflexión.
Su repiqueteo,  su música,  su respiración.
Soy  aquél que no pudo ser.   Aquél que no fue.   Ese hombre  que no nació

1 comentario:

Anónimo dijo...

Exquisita tu prosa Jacinto!!!
Es un placer leerte
Besosss Josefina