domingo, 20 de septiembre de 2009

Emilio Nagy Gyuris-Olavarría, Provincia de Buenos Aires, Argentina/Septiembre de 2009


La carnicería


-¡Se me cuida, eh Catalina! -gritó Esteban ni bien cerró la puerta de su casa.
La anciana cabeza de Catalina lentamente giró hacia su vecino, quien ya cruzaba la calle, y le respondió sin dejar de barrer la vereda (dicen que las escobas tienen memoria de elefante):
- ¡Sí, queridito! ¡Vos también!
Esteban levantó un brazo a modo de saludo, lo hizo sin darse vuelta hacia la anciana, y metió la otra mano en el bolsillo de su campera para asegurarse que llevaba el cuchillo envuelto con hojas de diario viejo y, de tan filoso que era, el repasador de siempre.
Ochenta y siete pasos después, Esteban ya estaba entre la tumultosa multitud que se abría paso a quemarropa en el centro de la ciudad.
-Maestro, ¿tiene hora? -deteniendo su paso, pero corriéndose hacia un costado porque aquel hombre venía sacándole chispas a las baldosas, le preguntó.
-No me moleste, ¿no ve que estoy muy apurado? -respondió el hombre y antes del signo de interrogación final ya estaba a más de diez pasos de Esteban. Éste, sorprendido y algo desilusionado, se quedó viendo como la supuesta víctima de esta historia se alejaba en sentido contrario.
Esteban retomó los diez pasos que había entre él y la carnicería y entró en ella.
-¿Lo de siempre, Esteban? -ni bien lo vió entrar, como cada mañana, preguntó el carnicero.
Esteban asintió con una sonrisa, luego agachó su cabeza, metió una mano en el bolsillo y comenzó a retirar el repasador y las hojas de diario hasta dejar sobre el mostrador el cuchillo quieto y con su filo a la vista.
Minutos después salió el carnicero de la cámara de congelamiento y puso sobre el mostrador, junto al cuchillo, el corte vacuno. Sin mirar a Esteban, se dispuso a atender a otro cliente que había entrado.
Feliz de hábito y entusiasmo, Esteban comenzó a cortar las primeras milanesas del trozo de carne mientras a dos cuadras de la carnicería, el hombre apurado no mira el ojo rojo del semáforo e intenta cruzar la calle, pero el colectivo de la línea 48 también viene apurado para cumplir su horario.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Emilio: un relato que, creo, demuestra un diario acontecer. Siempre el problema está cuando se "encuentran" dos apurados. Un abrazo, Laura Beatriz Chiesa.

Viviana miquelarena dijo...

Emi, me hiciste sufrir!Tu relato me llevó a imaginar algo que el final me sorprendió gratamente.Y me dibujaste también una dura realidad, cuántos nos encontramos apurados más de una vez. Y más de una vez lamentable encuentro.Muy bueno.Beso grande.

Unknown dijo...

me encanto el suspenso y el final inesperado
Muy bueno Alicia

mariabet dijo...

emilio, me encanto te hace imaginar varios finales mariana

mariabet dijo...

emilio, me encanto te hace imaginar varios finales mariana

Juan Carlos dijo...

Vamos abriendo caminos de exelencia. cada vez mejor. Exelente final.

Juan carlos.(abuelo)

Anónimo dijo...

Osito querido Emi: ya lo dijo mi tocayo (abuelo tuyo:): excelente final, un giro inesperado y te felicito...

A seguir escribiendo que el camino tuyo es largo, maravilloso y de mucha dedicación... (usté puede, voto a eso).

Juanca.

Anónimo dijo...

Emilio.... realmente creo que vas mas lejos de lo que pienso (no soy de pensar mucho!!! jaja.), el cuento me encanta, mas aun cuando Valeria me dio su punto de vista, confieso que ahi comenzo a vagabundear mi mente en tu cuento!
me encato!!.

Emilio Nagy Gyuris dijo...

Bueno, utilizo este momento para agradecer estos comentarios que me alientan a saguir para adelante, sabiendo que hay mucho para recorrer. Muchas gracias, tambien, Graciela, por darme esta exelente segunda oportunidad para publicar un texto (muy bueno el nuevo formato de la pagina, por cierto), y gracias Juanca, por esa manito grande que me diste.
De nuevo, muchas gracias.

Emilio Nagy Gyuris